28 marzo 2011

La censura no existe, mi amor.

escuché demasiadas giladas de muchos pelotudos (afiladísimo) sobre el 24 de marzo. 
Escuché que era un día de la revancha, para olvidar a los patriotas que murieron en la lucha contra los subversivos, montoneros K al poder, etc. Esas cosas me duelen, pero ninguno pudo opacar lo que sentí en éste especial 24 de marzo yendo a la plaza. Mi última plaza de mayo había sido el 10/12 por el día de los DDHH y nunca más había ido por ahí hasta el jueves.
Las banderas, los compañeros, compañeras, carteles, cantitos, pegatinas, el chori y la coca... lo típico de una marcha me pegó más de lo común. La emoción me llegó a los ojos cuando todos esos pañuelos que tenían madres y abuelas en la cabeza se asomaron ante mí por atrás del monumento a Belgrano. El calor humano ante el frío típico de marzo me decía que la cosa ya había empezado hace rato y me estaba acercando al escenario. Toda la plaza gritaba un cantito que los gorilas confunden con periodistas, y todos sabemos a quién me refiero. Pasó la noche y después de Pez y de tener las manos rojas de tanto aplaudir, la garganta áspera de tanto cantar y las piernas adoloridas de tanto saltar (yo no quiero ser militar) me fuí. Me fuí y cuando estaba yéndome contemplé al cabildo, luego la plaza y luego el cabildo again. La lágrima estuvo a punto de salir: la misma lágrima que se me cae cada veinticuatro de marzo, cada diez de diciembre o cada vez que algún pelotudo menciona lo bien que se podía caminar a las dos de la mañana porque no te robaban. La única razón por la cual la lágrima no salió, es porque la esperanza de un futuro mejor se asoma ante mí como los pañuelos de aquellas locas sobre el escenario.
nunca más



25 marzo 2011

Noctámbulo

Recuerdo despertar en medio de la noche. La poca luz que podía percibir venía de la luna allá afuera, arrastrándose por entre las tablas de la persiana. Había abierto los ojos y no podía ver colores. Sentía todo mi cuerpo congelado. Sentía la calidez de la sangre corriendo, la sentía como si tuviera tácto en las paredes de las venas. Hasta creo haberla oído fluir, no puedo precisarlo ahora valiéndome de mi memoria.
Sentía preguntas sin formularse en mi cabeza, algo impedía que mis pensamientos se concretaran. Recorrí la vista por la habitación sin entender, sin siquiera preocuparme por entender. Cuando el último rincón fue escrutado por mis ojos, levanté mi torso, bajé una pierna para luego ponerme de pie y andar hasta la puerta, todo esto como si no fuera mi voluntad sino otro tirando los hilos de mí, de mi cuerpo. Salí al pasillo, fui hasta el comedor, ahí donde cambiara de habitación debía recorrer todo el recinto con mi visión. Y sentía, sentía como todo se amontonaba en mi cabeza.
Ahora pienso qué hubiera sido si, además de las formas y las intensidades lumínicas, debía introducir en mi mente las variedades de color, aunque en la noche se puedan suponer pocas y vagas. Llegado al comedor, la cabeza me dolía que no lo podía soportar, pero ningún músculo de todo mi cuerpo me permitía descargar el dolor. La confusión misma giraba en mi cabeza, un verdadero torbellino me figuro ahí dentro de mi cráneo. Así me desvanecí en medio del comedor para encontrarme horas después del amanecer en mi cama, con un cansancio mayor al que me llevara el día anterior a despedir el día y “viajar” al mundo de los sueños.
Mundo de los sueños, qué patraña tan grande, qué farsa. No me volvió a ocurrir, pero ya no sueño, ya mi mente no se consume en vano.

Vamos a ver

Vamos a ver,
mejor dicho tendríamos que ver,
mejor dicho ya hemos visto mucho de lo que hay que ver,
hemos visto mucho pero no hemos tocado,
mejor dicho nos han tocado, nos han apaleado, nos han enjaulado,
y hemos tenido poco,
mejor dicho no hemos tenido nada,
mejor dicho hemos tenido hambre, a veces, dolor en los huesos,
dolor en las uñas, dolor en las tripas, dolor en los hijos, dolor en la sangre,
nunca hemos tenido otra cosa,
mejor dicho nos han tenido,
mejor dicho nos han dado vuelta del revés y del derecho,
mejor dicho nos tienen,
mejor dicho nos beben y nos respiran,
mejor dicho nos empaquetan

mejor dicho nos empaquetan y nos despachan,
mejor dicho nos entierran sin muchos honores,
mejor dicho nos tiran a un pozo cualquiera,
pero vamos a ver,
mejor dicho tendríamos que ver,
mejor dicho tendríamos que hacer algo,
mejor dicho no solamente tocar la guitarra,
mejor dicho no solamente decir que somos bravos,
mejor dicho tendríamos que agarrar el mundo por las cuatro puntas,
mejor dicho agarrar el mundo y darlo vuelta para que caiga todo lo que no sirve
mejor dicho para que caiga toda la basura.



Dardo Dorronzoro. Periodista y poeta desaparecido el 25 de junio de 1976.


(Fuente: "Decíamos ayer, la prensa argentina bajo el Proceso". Eduardo Blaustein, Martín Zubieta. Editorial Colihue, 2006)

22 marzo 2011

¿Te acordás?


-¿Darío? ¿Darío Terredo? ¿Sos vos, Darío? –el hombre había cruzado la calle sin prestar atención a los autos, que tuvieron que frenar para no llevárselo puesto, y siguió su camino con velocidad digna de Messi hasta plantarse frente a Mario, apretándole un hombro con confianza desbordante.

-N-no…

-Sí, cómo no vas a ser vos, Darío, si te parás igual de desgarbado que siempre. Tenés entradas, claro, pero ¿quién no, eh? –preguntó, y para demostrarlo metió un par de dedos en el pelo sobre su frente para exhibir sus incipientes entradas.

-Disculpáme, pero estás equi…

-Mirá vos, che, qué loco. Darío Terredo. Quién lo diría. Uno anda haciendo sus cosas, compras por acá, almuerzo por allá, y de repente, oia, mirá, ahí está Darío Terredo.

-No, mirá…

-Che, loco, ¿seguís jugando al fútbol? ¡Qué zurda que tenías, mama mía! ¿Te acordás la goleada que le metimos a los de la 46? Quedó pa’ la antología, ¿eh? ¿Cómo se llamaba el pibe alto ése que jugaba de centro?

-N-no sé…

-Sí, cómo era que se lla… ¡Patricio! Patricio Jiménez o López o algo así. ¿Te acordás que calentón que era? ¿Te acordás que a uno del Defensores lo mandó al hospital con el tabique quebrado?

-Mirá, me parece que…

-¿Yo? Nah, no sigo jugando. Bah, qué se yo, un picadito de vez en cuando, viste cómo es, pero siempre fui medio de madera yo, igual, así que… Pero vos podrías haber jugado profesional. ¿Te acordás que siempre decías que ibas a ir a probarte a Boca? Bostero pelotudo eras, ¿eh?

-Soy de Colón…

-¿Te acordás cuando llenamos de gelatina la cartera de la gorda Gutiérrez?

-No.

-Sí, cómo no, fue idea del negro Mato, después de ese desastre masivo de la integradora de Biología. ¿Te acordás cómo gritaba la gorda? Y claro, se armó la guerra gaucha, pero hicimos todos la gran Espartaco, ¿te acordás? El viejo Corrado nos paró a todos en el patio y amenazó con suspendernos a todos si el culpable no confesaba, ¿te acordás?

-No.

-Pero, sí, es que vos te estás confundiendo con tercer año, cuando fuimos todos a recuperatorio de Física. ¡Qué hijo de puta ese Heredia! El tipo enseñaba como para la UBA, y nosotros veníamos de un año de viva la pepa porque la profesora DiPascuale se había tomado licencia por viaje de estudio. ¿Te acordás?

-No.

-Sí que te acordás, si estabas re enamorado de la DiPascuale. Profe, profe, llámeme a mí que tengo toda 
la tarea hecha… Cómo te cargaba el negro Mato. Bah, el negro Mato cargaba a todos. Me enteré de que ahora tiene un bar en Belgrano o por ahí. ¿Te acordás que él quería ser médico? Bue’ no duró ni un año en Medicina. ¿Te imaginás, el Doctor Mato? De la nos salvamos, ¿eh? ¿Y te acordás que yo siempre rompía las bolas con Arquitectura? ¿Te acordás que siempre estaba  haciendo planitos y mediciones?

-No.

-Sí, que tenía ese cuaderno con todos mis planos. Mirá, al final dejé todo eso y me puso un kiosco. Qué loco, ¿no? Re poco glamoroso, pero bue, me queda cerca de casa y puedo verme todos los partidos sin culpa. Lo único malo es que está cerca de una escuela, y a la hora de entrada y salida los pendejos me rompen los huevos, pero bue’. ¿Nosotros habremos sido así de pesados en la escuela? ¡Uh! ¿Te acordás del kiosco de Don Antonio? ¡Don Antonio…! Cómo lo cagábamos al viejo, ¿eh? Siempre terminábamos pagando de menos, ¿te acordás?

-No.

-Pero sí. Che, tendrías que hacerte ver, si tu memoria te funca tan mal. Bueno, che, un gustazo haberte encontrado, Darío. Me alegro ver que andás bien. Se te ve bien, contento. Ya te digo, algo pelado, pero bien. Medio rellenito, ¿no? Y bue’, viste cómo es uno, cuando va creciendo se da permisos. Pero bueno, negrito, que sigas bien, y nos hablamos, ¿dale? Dale. Chau, Darío, querido, nos vemos.

Mario se quedó plantado en la esquina varios segundos, haciendo caso omiso de las miradas extrañadas que las personas le echaban. Al final, sacudiendo su cabeza, cruzó la calle para ir hasta su auto, luchando todo el camino contra el impulso de revisar su documento.

Lanzas que marcan

Tengo en mis genes antepasados mestizos,
arrastro una cantidad infinita de personajes.
Es tanta la emoción que hace nómade mis actos, 
¡me limita el movimiento!. Son por eso estas palabras
que se prostituyen ante la falsa moral
y en la inocencia, enfrentan el miedo que ésta provoca.
Estoy falto de malicia y tengo un cúmulo de artificios.
Este mestizaje es un río envenenado, su vaivén es moroso,
[su sueño amorfo.
Algunos caen, por no resistir ya el peso de su canto.

Tengo en mi nuca un fusil, a la orden de mi espíritu
que anda sin saber dónde se mete, a la muerte ignora.
No conoce la seducción, la inventa, el lazo arma
y así la creación contenida estalla. El mar desborda lo
[que la piel contiene.
Los atuendos que lleva puesto tienen una verdadera belleza.
Saca sus trapos al sol como otros también lo hacen
porque no tiene nada que perder, todo por ganar,
vive día a día en el bosque del pecado y del exceso.

Tengo en la sangre la poesía de todos.
Me bendijeron con sus aciertos y desaciertos,
con sus guasas desgracias y con sus honestas fortunas.
El llanto y el veneno, el infortunio y la ilusión.
Este es el sendero. En él están las manos de un proxeneta,
que con su gala a otros corrompe y al amor crea.
Son hombres que buscan menos intensidad
en el infierno de su prójimo.

En soledad, y cuando la lluvia lo permite,
veo la luz reflejarse en un charco y, en esa apatía
las vidas me cruzan. Son lanzas que marcan.
El abandono en mí es absoluto, es encuentro, es pérdida.



Dromo, el corsario



http://asieslavidamundo.blogspot.com/

17 marzo 2011

Vomito la tristeza,
de saber que nunca volverás.
Encontrar mi eco vacío en aquel cuarto.
Me desprendo de vos
formando alas de pasión.
Vomito la tristeza
acumulada en mi estómago y corazón
Lloro por las noches y río de día
Vomito la tristeza
de saber que dejé nuestro sueño,
para explorar nuevos caminos
De encontrar mi sombra en soledad
Nuestro pegamento se derritió
Goteando lágrimas del pasado
Vomito la esperanza
Sus plumas ya no son iguales
Carecen de alegría y color salvaje
Ya no vuela como antes
Se arrastra despiadadamente por la arena húmeda
Lloro nuestros días.
Lloro nuestros momentos a solas,
las señales que me dabas al encontrarnos
Lloro tus palabras, dulces y salvajes.
Amo el pasado
Detesto el presente
Añoro el futuro
¿Cuál es la verdadera cara oculta de la soledad?

Esbozo


Sobre la mesa
de un bar
apoyada
una taza blanca
de café
El aroma
acaricia la mirada
ausente
Las manos
aferran la ilusión.

10 marzo 2011

θέατρον

En el escenario, hay sola y solamente, un par de brazos sobre rodillas, un par de piernas cruzadas. La piel suave sonríe desde los huesos al público. No podemos eludirnos del embelesamiento que provoca, sola ahí, mirando fijo a todos sorprendentemente. Porque vos consultas con la mirada a los demás, y por mi parte te lo confirmo, creí haber sido confirmado por otros quienes imagino te habrán confirmado. Que, en efecto, todos nos sentimos pertinentes a esa mirada panorámica. En su cara no hay sonrisa, y menos mal, esos ojos por sí solos son demasiado blancos. Y esa tersa piel tan ajustada a los huesos, como ya dije, es una sonrisa en si misma ¿A esto vinimos? Ya olvidamos la instancia previa a entrar y vagamente tenemos la certeza de habernos introducido en este salón. Pero está claro que aquí estamos, sentados tal vez, todos mirando a ese ser, que sin duda alguna es mujer. Y ella, sí, ella, no hace más que estar ahí claramente sentada cruzada de piernas, cruzada de ideas, cruzados los dedos en el anverso de la rodilla. No los dedos, sino los huesos de los dedos. Y es una completa incógnita tanto si las costillas no se estarán cruzando, jugando a comportarse sin que nadie lo sepa. Y, si a ello juegan, han de estarlo haciendo muy bien, ya ni vos ni yo ni ningún otro de nosotros es capaz de discernirlo. Fuera alguno de estos susodichos y nombrados sujetos capaz de discernir, de paso sea, qué motiva a esta maravillosa criatura a permanecer en la más absoluta de las parálisis. No creo que alcancen las miradas para comunicarlo. Pero no dejo de sentirme observado ¿Lo dejás vos de sentir? Verdad que no. Creo ver en todos nosotros esa misma perturbación, casi como si fuera simultanea. Empiezo a sospechar, empiezo a temer, que nada fuera nunca ni aún en un principio anterior al que nos origina, como lo venía yo creyendo en oraciones previas a la que ahora pronuncio. Me empieza a embargar un miedo que sería irracional sino fuera porque tiene una razón de ser y, si estás sintiendo un miedo e ignorás su razón, quizás coincidamos en ambos. Acaso no estemos nosotros observándola y no esté ella montando un espectáculo ante nuestros ojos, sino seamos nosotros; vos, yo y todos los aquí presentes, quizás incluso con sus sentimientos y temores, sus pasados y sus potenciales sucesiones; una farsa, o una muy cierta ficción. Si es así ¿qué esperamos para actuar? ¿Y qué es lo que hay que actuar? ¿Qué vino ella a observar? Recordá, recordá, que todo este tiempo se mostró cómoda y divertida y alegre e interesada en nosotros ¿Qué hacíamos? y ¿cómo lo podemos seguir haciendo?

Más desecho y más izquierdo

para la edición-e de “Desecho e Izquierdo” de Rolando Revagliatti


Más del personaje

Si disto de ser un millonario
imagínense cuánto disto de ser un
     multimillonario

Carecí de éxitos resonantes
en cambio obtuve una infinidad
de éxitos carecientes de resonancia

Hice pública mi predisposición
al personaje zangoloteado
por la desventura

Favorecí a quienes testimonian
que dentro de la imaginación
todo
y que fuera de la imaginación
(va exabrupto)
ni justicia

De gerundio
rolando
en gerundio.



http://www.revagliatti.net
http://rolandorevagliatti.blogspot.com
http://www.youtube.com/user/rolandorevagliatti

02 marzo 2011



http://feliziani.blogspot.com/

Dí uno, yo diré dos:

Jorge era contador público pero en sus tiempos libres y en secreto, era poeta.
Esto le traía graves problemas con su cuerpo. Discutía seguido. El otro lo tumbaba, lo hacía dormir en exceso, recuperando las horas perdidas entre lo papeles y la lámpara, pero también había un poco de sadismo. Lo retenía en esa cama. Lo hacía llegar tarde al trabajo.
Jorge tenía constantes peleas con su cuerpo. Cuando quería discutir con él, no sabía bien a donde referirse y se miraba al espejo.
Su cuerpo lo odiaba por ocupar tanto tiempo sólo con esa masa imberbe de ahí arriba, tanto maquinar con todo esto, de vez de actuar, mover los pies, agitar los brazos, ejercitar los músculos, vitalizar los huesos, mantener a ritmo los pulmones cansados del tabaco del aburrimiento y de la densa atmósfera de su cuarto por las noches, estancado humo entrando por la piel.
Jorge esculpía a la ramera del cosmos en esas hojas. Escribía sobre los planetas, las constelaciones de estrellas, de la tan posible vida en otras galaxias y de que la vida no tenía sentido, por lo menos la nuestra, con esas reglas impuestas y así se iba, se disparaba por otros ejes de la mente y, entre todo eso, otra noche pasaba sin dormir y se iba derecho al estudio. Pero el cuerpo, aunque en silencio, accionaba. Lo dejaba quieto, duro, le paraba las piernas y lo tenía ahí, a su merced, en plena calle por vario rato.
Jorge volvía, exhausto pero a las puteadas. Como siempre, no sabía a qué parte mirar, a qué dirigir su mirada hiriente pues esa cabeza era él, lo que él simbolizaba para los demás o ¿Ese era el enemigo? ¿Ese sólo era el cuerpo? Jorge no escuchó las advertencias. Entre varios tachones, líneas disparatadas que se disparaban de un lado a otro por su mano, brotaban, sin embargo, los versos del poeta, aunque su cuerpo intentara impedirlo, inutilizara por momentos su mano escritora o la hiciera mover enloquecida como una simple máquina sin control. Escribía sobre la ilusión, que no era posible porque acabábamos con la muerte, que por eso tenía más sentido la nada que el todo, que el universo se habría generado de un grano de arena.
Pero el cuerpo, aprovechando el instante en el que acababa el último verso amanecido, lo volteaba otra vez, arrugando el poema, lo hacía caer al profundo precipicio del descanso.
Jorge decía uno y su cuerpo decía dos.
Una mañana como tantas otras, su cuerpo lo abandonó. Jorge quedó flotando como el tufo de su cuarto, como un ente, un espectro, mientras miraba a su cuerpo que despatarrado en el suelo le sonreía con todas sus partes, casi imposible de describir pero así era, como diciendo: “Te lo advertí”, “Te dije que no te vayas en sueños despierto, que no te vayas por las ramas de tus pensamientos”, “¿Para esto tanto esfuerzo? ¿Tantas noches, puchos, palabras en vano?”
Luego dijeron que fue un infarto, pero ustedes conocen la verdad. Jorge había efectuado la última batalla con su cuerpo y sabemos bien quien ganó.

El impuro copulativo.

En los margenes angostos de este río,
hay sombras de personas y de azares.


Donde van a descansar del destino terrible
los arcángeles drogados de nuestras ciudades.


Nosotros, simple retórica muerta,
o retorcida en un montón de cajas inservibles,


donde el sueño no quiere ser libre...


Ni la puerta quiere ser abierta.


Donde duele y cuesta la libertad y el colectivo .


Sabemos que todos, en la intestina sospecha,
soñamos que nos firmen.


y caminamos las Avenida y consumimos las vanidades,


y una noche cualquiera una mujer se quita la ropa y entendemos algo que no importa en el mundo:


algo fundamental.


Y nuestro tiempo se computa en libros y nuestras penas en hojas..


Y afuera circula como una mitología ese río, reclamando a Telefónica alguna cosa...


Mientras va caducando nuestro permiso, como la magia de un efecto especial.


y un día la voz se apaga y nuestra ropa se va a dormir para siempre en un placar.


Y en otra época y en otro hombre, se renueva la cosa.


Como aquellas cosas que se mueren siempre sin morir jamás.