07 febrero 2012

El comienzo del rencor

En una pieza llena de humedad, con la pintura descascarada, una puerta que se cae a pedazos, ¿cómo se supone que las palabras sean por lo menos alegres? ¿A qué bastardo se le ocurriría escribir sobre citas, fiestas, banquetes, bailes si tuviera la nariz impregnada del olor a paredes viejas y venidas a menos? Si sus elegantes bibliotecas en la sala de escritura no fueran más que un par de tablas abandonadas en la calle que solo sirven para que no se pudran unos pocos libros, ¿de qué hablarían? ¿Me complacerían con sus largas y ermitañas horas en sus escritorios? ¿Se imaginan, mientras se paran a buscar en el diccionario términos no convencionales, que leo sus libros en un sillón reconfortante, en la sala de lectura, con el fuego delante mío? ¿Es a ese lector es al que se dirigen? ¿Ese que hace una mueca de sonrisa escueta y frígida cuando debe nombrar a sus escritores favoritos?

Acá, las palabras solo caen como la pintura, sin gracia, solo se desprenden e inician su suicidio hacia el mugroso piso, ahí los espero.

No hay comentarios.: