Sé una bola y
desenvolvete. No dije que te envuelvas, dije que seas una bola. Ahora
desenvolvete despacio. Abarcá más. No tenés que sujetar nada, tenés que abarcar
más. Esperá, vamos afuera, acá adentro no se puede hacer nada, entre que las
paredes y el techo al final no se puede hacer nada. No veas las estrellas, no
necesitás verlas para saber que están ahí, ya lo sabés y no te hace falta
estarlas viendo. Sé una bola y desenvolvete. Haz como te dije. Más. No, no vas
a llegar a las estrellas, están allá aunque las veas acá y vos seguís acá. Más.
Acomodá una pierna bien para que te sostenga, caé solamente sobre la pierna.
Ahora la otra, ves que te venís para acá, con la pierna tenés que sostenerte.
Decime que sentís las piernas, la fuerza, el uso, cada músculo ¿No? Hazlo.
Probá cada músculo para recordarlos, ya los conocés, recordalos. ¡No, no bajes
los brazos! Esto es una pausa, no te tenés que detener. Volvamos a continuar
abarcando, podés intentar seguir con un brazo y después te concentrás en el otro.
No dije que hubiera que ser parejo, hay que hacerlo y punto. De la forma que
sea pero que sea, dale. Haz lo mismo que hiciste con las piernas, ahora con los
brazos. Bien. No bajes la mirada, no me mires. Con recordarme te alcanza. Me
escuchás, no necesitás verme. Seguí. Muy bien. Muy bien. Esto es lo que tenés
que hacer, veo que aprendiste bien la idea, seguí. Sentí cómo, abarcando más y
más, todo lo que abarcás te abarca. Dejá que todo lo que abarcás te abarque y
te sienta. Sé sentido por todo. Más abarcás, más sos. Así sea hace, te
felicito. No te enorgullezcas, no han de importarte mis felicitaciones, son una
cosa más entre todo lo que tenés. Si te concentrás en una, dejás de tener las
demás. Así como hacés es lo que tiene que ser. Ahora me voy para que puedas
abarcarte a vos mismo. No te preocupes, no dejes que eso te detenga. Si querés
sabé, sabé que te estaré recordando. Y recordándote sabré que estás bien.
25 marzo 2012
07 marzo 2012
Cauce de agua, corriente que el tiempo dibuja.
Y el ojo de un baqueano preciso, sabe
de los ritmos de este río, sabe cuando
cambiará su pulso, pulso que trae
esa tinta que logra, entre la pesadez
y el amor del alma, que una corriente
se aquiete.
(Al horizonte el cauce cae, como todo.
Como en un sueño el agua se aleja
y nuestro corazón desespera, sin fuerza,
frente al destino que la verdad aqueja)
La vista se frunce ante la tormenta
que los vientos traen a nuestro cielo.
Y en este tiempo incierto
un murmullo frenético llega a mí
desde el centro de los campos.
Miles de espíritus vuelan en torno
a la inverosímil muerte.
Decido escapar al instante que el cielo
enrojece. Los espíritus murmuran
viejos deseos, pero no seducen
a mi paso que deja atrás a la muerte
que desvanece.
Ahora el ojo de un baqueano preciso
nos sumerge en las aguas, nos trasmigra
a otro río donde todo se une y al pecho
celeste expande, por estas nuevas corrientes
quietas.
Y el ojo de un baqueano preciso, sabe
de los ritmos de este río, sabe cuando
cambiará su pulso, pulso que trae
esa tinta que logra, entre la pesadez
y el amor del alma, que una corriente
se aquiete.
(Al horizonte el cauce cae, como todo.
Como en un sueño el agua se aleja
y nuestro corazón desespera, sin fuerza,
frente al destino que la verdad aqueja)
La vista se frunce ante la tormenta
que los vientos traen a nuestro cielo.
Y en este tiempo incierto
un murmullo frenético llega a mí
desde el centro de los campos.
Miles de espíritus vuelan en torno
a la inverosímil muerte.
Decido escapar al instante que el cielo
enrojece. Los espíritus murmuran
viejos deseos, pero no seducen
a mi paso que deja atrás a la muerte
que desvanece.
Ahora el ojo de un baqueano preciso
nos sumerge en las aguas, nos trasmigra
a otro río donde todo se une y al pecho
celeste expande, por estas nuevas corrientes
quietas.
la mano
que sostiene mis párpados
previene
una nieve
la nieve del piano
la muerte primera
el incendio
de los troncos
en el alma
y esa calidez
angustia monótona
penetrante clave
de sol de hierba de lunas
no,
no es esta la tarde
en que nombré los nombres
sin agua
sin duelo
encorvado
dispuesto al silencio
mutando
en el clarecer
de los bordes de un río
aquí estoy
tapando las piedras
con mi sombra inerte
y les insisto
les recuerdo
que pasaré mañana
tal vez más sordo
con la impedancia
los climas índigos
y me golpearán
tal vez los mismos
cráteres del aire
que sostiene mis párpados
previene
una nieve
la nieve del piano
la muerte primera
el incendio
de los troncos
en el alma
y esa calidez
angustia monótona
penetrante clave
de sol de hierba de lunas
no,
no es esta la tarde
en que nombré los nombres
sin agua
sin duelo
encorvado
dispuesto al silencio
mutando
en el clarecer
de los bordes de un río
aquí estoy
tapando las piedras
con mi sombra inerte
y les insisto
les recuerdo
que pasaré mañana
tal vez más sordo
con la impedancia
los climas índigos
y me golpearán
tal vez los mismos
cráteres del aire
06 marzo 2012
Encuentros
No servía de nada
que caminara e insistiera en caminar porque su única verdad era que caminaba en
círculos. Se encerraba en esa región que vio su llegada a la existencia y
quizás tuviera la oportunidad de ver su partida, si es que no era inmortal. Se encerraba
en esa región igual que decir que de alguna manera era la región la que no le
dejaría ir. No se llegaría a saber.
La región en
cuestión era un poblado alejado de las ciudades. No dejaba de conectarse con el
exterior mediante cableados y rutas pero sus límites eran muy claros. Unas
pocas calles internas estaban asfaltadas y el resto eran de tierra con
escombros y baches diseminados. El terreno que rodeaba la concentración de
manzanas del poblado era de una tierra seca, estéril, semejante a las calles
sin asfaltar.
Como dice el
dicho: Pueblo chico, infierno grande.
La existencia de nadie pasaba inadvertida allí dentro. Así mismo no faltaría
quien se sintiera solitario, probablemente por la incomprensión.
Los trabajos del
poblado eran sencillos, los estudios eran básicos. Algunos tenían miedo de
salir, otros habían salido y vuelto. Pasado el terreno circundante, aún desde
dentro se pueden apreciar árboles todo alrededor. Todos sabían que no estaban
rodeados por un bosque. En realidad los árboles, flacos y de muy pocas hojas,
se agrupaban entre pocos y a gran distancia de los otros grupos. Esto mismo los
hacía algo siniestros, parecían presencias siempre alertas. Aparte de estos
gigantes de madera, tenía el pueblo el terrorífico cuento de un demonio acechante.
Todos los
habitantes conocían las muchas versiones de la misma historia que sólo
coincidían en que la criatura era real y despiadada. Algunas versiones referían
los orígenes a un humano que se hubiera convertido, otros dirían que venía
directamente del infierno, alguna, que bajaba del cielo; otra, que existía
desde siempre en todos lados. Cada versión atribuía las motivaciones criminales
a algo distinto, según tal o cual circunstancia, nadie pudo jamás consolidar
las versiones.
Un hombre, en un
eventual transe solitario suyo, había decidido apartarse de los edificios y
pasear entre los colosos de tronco. Pero ver una silueta hizo más corto su
paseo. Volvió corriendo a su casa. Corrió varios kilómetros. Llegó a su casa
pudiendo decir una cosa, que todos esos relatos decían una verdad, que un
demonio rondaba la ciudad. Hasta entonces se había hecho la idea de que se
trataba de una bestia monstruosa, deforme y viscosa. Si así hubiera sido, se
habría quedado hasta comprobar su visión y sólo entonces huir. Pero la silueta
no era deforme y nada viscoso se había oído.
Sin embargo el
horror que crecía en él, también crecía un frío interés, frío e intenso. Dada
su tendencia al aislamiento y la soledad, pocos pudieron saber, y sólo
vagamente, qué había ocurrido. Ninguno consentía sus intensiones de
reencontrarse con la criatura, a nadie le gustaba pensar que él podía
desaparecer de un momento a otro. Es que la muerte es más aceptable que la
desaparición. Pero no fue así de simple que con quererlo repetiría la experiencia.
Pasaron semanas y
el cuento volvió a ser una fantasía. Sus locas intensiones fueron sabiéndose
para su pesar. Pasó de ser uno más a ser el suicida que quería conocer a la
bestia. Una noche se encontró con un amigo con quien iría a tomar una cerveza,
nada más que para pasar el rato. Conversaban mientras recorrían las calles. Él
aprovechó la conversación para encaminarse a los límites del poblado. Cuando el
amigo pudo entender a dónde iban lo detuvo. Sin embargo, no era mala idea tener
el panorama del horizonte, así que compraron algunas botellitas de cerveza y se
sentaron del otro lado de la calle exterior, una calle que daba la vuelta a
toda la ciudad formando un círculo.
Conversando,
viendo el horizonte oscurecer, el hombre olvidó su obsesión con la bestia. Fue
entonces cuando su amigo le agarró de la muñeca y dijo con voz queda “No mires
atrás”. Él miró la cara de su amigo que estaba cruzada de angustia por un miedo
mortal, se notaba el esfuerzo por fijar la vista en el horizonte. Y él
entendió. Y no le importó. Miró atrás. En medio de una calle, con el sol
poniéndose por detrás, un hombre en sombras, un hombre de gran altura a pesar
de pararse en cuclillas. El amigo le tironeó del brazo y ese instante de
distracción bastó para que la criatura desapareciera.
Los días
siguientes se los pasó rumiando una sospecha. No sabía por qué se le había
metido en la cabeza que el monstruo se había enterado que él lo buscaba. Esos
días, su amigo fue incapaz de salir de su casa, temiendo morir si pisaba la
vereda. Al tiempo se le pasaría, pensaba él. Mientras tanto rememoraba la
visión, ya más clara que la primera y aún sin mayores detalles, para comprender
algo más sobre la naturaleza del monstruo.
Al contrario de
su amigo, salió todos los días a vagar por las calles. Cada día volvía más
tarde y parecía que anochecía más temprano. Era sordo a las advertencias,
realmente sordo. Quizás habría sentido mucho miedo si no hubiera estado tan
absorto a todo momento que algún amigo o conocido le recalcaba las
probabilidades que habían de que fuera descuartizado.
Finalmente la
bestia volvió a encontrarlo. Él lo pudo sentir. En esos momentos él estaba en
algún lugar al borde de la ciudad. El monstruo no estaba a la vista pero lo
podía sentir tan cerca. Sus pensamientos no eran claros. Tomar una decisión le
era imposible, cuando lo intentaba se le nublaba la mente. Sin embargo, sus
percepciones aparentaban ser muy certeras cuando en ellas se concentraba.
Sentía que podía visualizar la silueta por detrás de sí cuando se dejaba llevar
por esa sensación de ser observado.
No podía pensar
con claridad pero imaginaba perfectamente la ubicación de la criatura. Hasta
que se fijó en los extensos troncos que se erguían ante él ¿Estaban más cerca?
¿Estuvo él caminando mientras deliberaba sobre la presencia del demonio? Y se
erguían cada vez más anchos ante él. Lo pasaban por los lados. Ahora habían
árboles flacos y desnudos delante de él, también detrás de él y a los lados
quedaban los que habían dejado de avanzar en ese momento. Se dio vuelta y vio
la ciudad allá lejos.
Oyó la sequedad
del follaje ceder al peso. El sonido trazaba un semicírculo fuera de su campo
visual. El cielo no tenía ni una sola estrella y el aire era denso. Una columna
desde las pequeñas casas se acercaba a él. Sentía una capa de sudor seco sobre
su piel, una capa que en los primeros momentos pareció impermeable. El agua
compactó el pelaje cuando él pudo ver a la bestia. Así parecía una persona
desnutrida. Caminaba de costado lentamente dándole vueltas. Cuando reiniciaba el
círculo, él la siguió con la mirada.
A los costados
del cuerpo delgado del monstruo caían los brazos terminados en dos grandes
manos con largas garras. Su rostro largo se inclinaba apuntando al suelo con su
hocico. Pisaba el ahora barroso suelo con la punta de sus largos pies. El joven
creía oír las garras haciéndose lugar entre la tierra aunque debió ser
imposible, una ilusión suya oír algo que no fueran las multitudinarias gotas y
el tronar de los novedosos relámpagos. Observó con suma atención para no
olvidar nada antes que la lluvia hiciera imposible la visibilidad.
Más tarde
callaría ante los demás la interesantísima descripción. Su visión había sido
claramente la de un humano. Pero el cuerpo era todo velludo, un denso pelaje lo
cubría casi totalmente excepto por el pecho y el abdomen más descubiertos. En
aquel momento pudo reparar, pasada la impresión que le daba la postura bestial,
en un curioso conjunto de lo que le parecieron verrugas. Eran ocho en dos
columnas.
Un sonido se
había distinguido entre la creciente tempestad. No era amenazador, no daba
miedo. Constante como una preocupación, era angustioso. Dolor, compasión, pena.
Él se quería acercar, aliviar ese dolor. La criatura dio unos pasos atrás y
desapareció. No recordó nada que siguiera, despertó en la puerta de su casa.
Algunos vecinos lo miraban y el cielo comenzaba a despejarse. El cielo mostraba
que hacía rato que había terminado la noche.
No dijo ninguna
verdad a nadie, pero habló mucho. Se formaba una nueva versión, la más terrorífica
de todas. La gente del poblado encantada temió más que nunca a ese monstruo de
fantasías. En su intimidad, él miraría todas las noches a la luna y solo así
sería capaz de dormir.
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