29 septiembre 2009

Era un martes, el martes que bien podría, hasta ese momento, haber resumido todos los anteriores días martes que respiré desde que soy un individuo economicamente activo con las ambiciones sanas y cotidianas de cualquier sujeto, comportándome como un autómata de lunes a sábados, sin cuestionar mi rutina que tantos años de carrera me costo conformar.
Salí del estudio unas horas antes porque iban a fumigar pero estaba igual de cansado y resignado que cualquier otro día de jornada completa. Caminé las dos cuadras hasta la parada del colectivo mirando al piso, como acostumbro, a esa hora es muy probable que en el microcentro cualquier compañero de la facultad te reconozca y te veas sujeto a sus preguntas impregnadas de incomodidad y compromiso por 10 minutos. Como supuse, el colectivo demoraba. Yo aproveché para planear el encuentro del sábado con la chica esta que me presentó Hernán. En un principio no me sentía bien haciéndole esto a Lucía, pero desde que empezó a recriminarme que quería un departamento más grande, cambiar el auto y vacaciones no la reconozco y aprendí a detestarla. En el único momento que puedo recordar como es sentir cariño y afecto hacia alguien es en los sábados, cuando Lucía se va por unas horas al cine con sus amigas y yo tengo tiempo libre para mi sin que nadie me cuestione.
Llego el colectivo interrumpiendo mi abstracción. No está muy lleno,
-Un peso diez por favor-
Debería estar pagando uno cincuenta pero entre mis propósitos y razones para despertarme todos los días está cambiar el celular, hice la cuenta y en 16 meses llego a pagarlo al contado.
No hay nadie de traje, que yo me acuerde siempre algún oficinista apurado viaja a esta hora para Paternal. Por alguna razón termine acomodado en el medio del colectivo con la impresión de que soy el centro de atención, pero nadie se anima a sostenerme la mirada fijamente. Debe ser el calor y el traje que me dio mi papá para que vaya al estudio, no se que es pero siento en el aire una tensión asfixiante, se desocupa un asiento del lado izquierdo.
Para este momento ya se perdía la timidez que alejaba la mirada ajena cuando yo me daba cuenta, tengo el deseo imperioso de salir corriendo, tomar mucho aire y mojarme la cara, ¿qué me mira ese idiota, por qué no frena en las paradas este tipo? debe estar yendo a 110.
-¿La pasaste bien en el laburo, pibe?- me dice un anciano que no se había dado vuelta hasta entonces -A mi me parece que la pasaste bien, es fácil suponer que todo anda bien cuando trabajas sellando documentos ¿no, pibe? -
Todo el colectivo comenzo a emitir un murmullo gutural, parecía uno de esos ritos que los aborígenes realizan para echar a algún espíritu maligno.
Siento que un cinturón se me ajusta al cuello y dos manos me tapan los ojos, de golpe una voz que no había escuchado antes me intimida
- Por tu modo de vida tan cómodo y sin alteraciones hay mucha gente que sufre y es tal su ignorancia que ni siquiera intentan revertir la situación, llevamos 11 años esperando que un día te subas a este colectivo, a esta hora... Tu viaje de un peso diez va a ser mucho mas largo ahora, te queda mucho por confesar, mucho por lo que disculparte, en tu cabeza se abrió el enlace a la sinceridad y al arrepentimiento. -
En ese mismo momento un señor del barrio intentó parar el colectivo para ir a buscar a su nieta al colegio, hoy es el cumpleaños de la nena y la va a llevar de viaje a Entre Ríos para que conozca el campo. Él la quiere mucho a su nieta como a toda su familia, lástima le da por ese sobrino suyo que se recibió de abogado hace poco, tan mal lo trató la última vez que se vieron, además tenia los ojos perdidos, andaba estresado y ya casi no tenía pelo, ojalá que ande bien, pero algo le tiene que pasar para que cambie y empiece a ver las cosas un poco más ampliamente...

MORALEJA: No sean oficinistas, y si necesitan la plata porque tienen mucho hambre busquen alternativas en el rubro de la enseñanza o paseando perros. También hay que ir a Entre Ríos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me encanta tu escrito. Un saludo.