25 julio 2011

17 julio 2011

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Dos nenes corriendo

Chocandose el pecho de uno con el del otro (o la otra)

Cayendo a corta distancia, extendiendo un brazo, sosteniendo sus manos

Corriendo nuevamente en el mismo sentido

Persiguiendose y escapando

Conociendo la tierra bajo sus pies

sólo dando vueltas y vueltas y vueltas

Y el tiempo

Y el abrazo para detener el mareo

Las risas para aguantar las nauseas

Los cuerpos agigantados

Un agradable cansancio

Caer pesados, tomar aliento y que entrecortadas las risas se miren

Los ojos abarcan todo el cielo

y

o

viceversa

Los dos cuerpos tendidos en ese gran espacio

amarillo y rojo y naranja y verde

y todo de pasto y todo de flores

o en un pedacito de tierra, da igual, es lo de menos

Y el tiempo

Sintiendose extraña e inexplicablemente detenido.

11 julio 2011

Urbe XXQ (ir)

 Dedicado al habitante de este mundo ilustrado (y no tanto)
                                                      cuyas axilas huelen mal y sin importarle baila dirty dancing

Salgo, luego soy
en buenos aires
perra rabiosa displicente
orgasmo transcultural
rizoma entumecido
(por sudestadas estivales)
virus asténico


                                                   zombi trans
                                                   detractor XXY
                                                   Vos, buenos aires
                                                   Psicodelia clase B
                                                   Conglomerado de anarquistas trash
                                                   Montículo de calor humano fragmentado
                                                   Fiera racional
                                                   Mamadera abstencionista
                                                   Buenos aires     autorreferencial


Primavera que conserva
Arquetipo freak
Prurito semántico
Drama burgués
Corsetería refinada
Buenos aires
Cumbre borrascosa de náuseas
escupidas desde las vísceras transatlánticas
Ciudad de juegos con turbulencia antimetafísica,
¿Qué entendés por democracia radical?
¿Aires estípticos?
¿Polenta  antidiarreica con brillantina?

            Buenos aires
         Bocacalle polifacética
         Frenética estatua bailarina
         Fastidiosa rutina cinestésica
         Madonna promiscua villana
         Cultura barnizada por la
         Libido invernal
         (In)ambigua a veces
         Confusa siempre

      Buenos aires
      Rubiecitos rebeldes
      Negros antialérgicos
      Arpegio dulce y subalterno
      sos un Otro entre Otros. Una pirueta más

        Buenos aires
        Poesía de letras mal
        Parodia performática
        Chicle de maní
        Falo lesbiano con sabor
        al sinsabor de siempre.
     
        Buenos aires
        Cúmulo de desperdicios herejes
        Vanguardia de cabriolas posmodernas
        ¡Sos como los 90!
        Bajás la mirada para no pensar

10 julio 2011

La Verdadera Historia de la Capucha

Allí donde no habían colores, una mujer fue encomendada una tarea. Por allí una joven madre instruía y advertía a aquella mujer, que en estos días en nuestros pagos diríamos niña. Allá donde hay colinas y praderas y se dispersan y concentran árboles por doquier, una señora estaba enferma. Informada, la niña recibió de su madre un canasto con alimentos que debía entregar a aquella señora. La madre volvió a sus muchas tareas hogareñas y la niña salió de la habitación, por la ventana podía ver el viento arrancando briznas de pasto, junto a la puerta había una larga capa colgada de un gancho. El viento volaba los pelos que ella pronto cubrió, gracias dio que la tela fuera gruesa y cubriera del frío.
Miró al frente su largo camino, encontró la pendiente ascendiente sobre la que avanzaba el sendero asfaltado. Sin embargo, a un lado sin que la tierra se alzara, divisaba los primeros árboles de un denso bosque y sabía perfectamente que por allí rodearía la pronunciada colina. El viento fresco de otoño pronto calaría el abrigo y aquellos árboles la cubrirían bien. Solo podía contar los riesgos que mencionara su madre y no le preocupaban lo suficiente. Dentro de los bosques hay vida y ella bien lo entendía.
Pasó un árbol a su lado, pasó otro árbol a su lado, pasó un algo entre dos árboles y ella apretó el paso. La canasta pesaba y era incómoda y aquel movimiento le incomodo un poco, pero no se iba a permitir preocupar. La silueta se adelantó algunos árboles y la niña vio que era alta, delgada, algo curvada. Algo le divirtió de ver esa cosa moverse en esa forma y aminoró el paso. Irguió su cuerpo y levantó un poco la cabeza como viendo las copas de los árboles que ya perdían hojas pero mantenían algún verdor. De reojo, vio dos destellos aferrados a un tronco de un lado suyo y se supo observada, y le gustó.
Pronto había cruzado el bosque y los árboles quedaban atrás y era sólo cuestión de minutos para llegar a casa de la madre de su madre. Miró atrás con disimulo y los regulares árboles delataban algo oculto entre ellos. Una risita arrastro el viento. El sol llegaba a su cénit y a tiempo golpeo la niña la puerta de su abuela. La madera crujió y una anciana con barbijo la miraba con ojos apagados. No habrían muchas palabras que cruzar, poco agradaba avistar a su nieta a esa mujer, le mantenía despierta la peor de las memorias. Sólo por cortesía invitó a la niña con una taza de té que sólo por cortesía la niña aceptó. Mientras casualmente pasaba por la casa de la joven madre un hombre corpulento y juntos entablaban conversación. Y casualmente esa joven madre preguntaba por su hija y el hombre informaba no haberla visto en el camino de la colina.
La niña partió de regreso a su casa con las advertencias de su abuela, que eran las mismas que le diera su madre horas antes pero mucho más enfáticas. Alejándose volvió a cubrir su cabeza y se apoyó la fría palma en la cara, todos sus gestos estaban tensos. Así caminó acercándose al bosque, tratando de librarse de los sentimientos que despertaba su abuela, cuando las sombras la cubrieron y levantó la vista. Había cruzado el umbral de árboles y ante ella estaba la criatura que la siguiera, perpleja de alguna forma sin saber a dónde correr.
La chica sonrió y caminó con suavidad junto a la criatura peluda que daba pasos inseguros a los costados y la dejaba pasar. Ella saludó muy cortésmente y una voz ronca y profunda, vibrante que denotaba confusión, devolvía el saludo. Era una figura alta, desnuda, con extremidades largas y un ancho torso. Esos brazos y esas piernas terminaban en largas garras, que se retraían tímidamente por detrás del cuerpo. Ella hablaba con ternura, divirtiéndose mucho con las respuestas que recibía de ese extraño habitante del bosque. Le daban gracia los gestos que hacía con el rostro peludo, grande y  abriendo poco la boca para no dejar ver sus agudos dientes. Los ojos eran grandes y débiles, las pupilas oscuras y profundas. Pero los pasos que se oyeron no eran de la bestia y la niña, que comenzaba a sentir algo más que diversión, sintió miedo. Un doliente gemido cruzó la garganta de la bestia, la chica se dio vuelta y miró detrás.
Pisadas rápidas y fuertes llevaron a ellos un hombre de brazos y piernas musculosas, en sus manos el hacha grande de su profesión, en sus ojos pura malicia. La chica comenzó a mover inconscientemente la cabeza de lado a lado, movimiento que adquirió frenetismo a la vez que se ponía frente a la bestia en un absurdo, inútil, afán de bloquearle el paso al leñador. La criatura se encogía mientras gemía angustiosamente, gemido que se sostuvo largo rato semejando pronto un aullido en el momento en que el hombre volvió a avanzar asiendo el hacha con una perversa sonrisa en el rostro cuadrado y duro.
El aullido se rompió en un salvaje gruñido. Dos filos cortaron el aire y se encontraron justo sobre la capucha de la chica que se cubría la cabeza y se apartaba de en medio. Vió ella cómo la bestia sostenía con sus zarpas el mango del hacha que el leñador había intentado asestarle. Una patada de esas fuertes piernas tiró al suelo a la bestia que, veloz, tomó distancia y arremetió contra esa corpulencia enemiga. Pero el hombre no se dio por enterado y, sólo abriendo su brazo, lanzó por el aire al monstruo que cayó lejos. Éste se levantó nuevamente y corrió al ras del suelo hasta perderse de vista antes que el hombre lo alcanzara. El hombre regresó, tomó por el cuello de las ropas a la niña y la levantó del suelo y así la llevó hasta su casa.
La arrastró todo el camino, ella estaba conmocionada, mientras le repetía una y otra vez cuánto ella había preocupado a su madre. Había una satisfacción en esa voz y la chica se debatía entre el miedo y el odio, en ese momento sintiendo ambos como jamás lo había hecho. Una vez en la casa el leñador golpeo la puerta y no tuvieron que esperar, la madre estaba justo detrás esperando y abrió. Los gritos agudos discurrieron a través de los minutos desde una impotencia proveniente de lo más profundo de su pecho. Y el leñador no se iba y no se fue hasta que terminó la reprimenda.
Nunca más la niña podría dirigirle a su joven madre la palabra y visitaría a su abuela con más gusto tomando seriamente sus palabras. La joven mujer solicitaría al leñador que custodiara a la niña cuando andaba fuera de casa. Desde aquel episodio, la niña llevaría siempre sobre sus hombros aquella capa roja y llevaría siempre sobre su cabeza aquella capucha roja y todos en el pueblo la conocerían como la niña de la caperuza roja


02 julio 2011

Durazno



Este alero de tiempo despierta temprano
despierta bajo cero
cortando cables que de tan viejos sobran
en la ciudad que olvida que reniega sus orillas
en incontables extensiones de tierras multiformes
y las consignas debemos respetar
cercenando o cercando la lengua
a la simplona temática proferida.
Ensayo tema: la punta del Obelisco. La agricultura inca
el ferrocarril Tupac Amaru Adam Smith
como si el Sol hubiese brillado para todos igual
que todo eso ha de estar pasando en este exacto momento
aunque, ¡cuidado! el momento nunca es ahora porque
ahora es justo después de que hayas entendido que
ya
se te escapa la tortuga. Aunque, de veras, a todos
se nos pasan los fideos o se nos hirve lagua pal mate.
Mejor suerte la próxima, cuando debas bajar en Lomas y al mirar
Escalada y correr; todo por estar leyendo Atila contra los iconoclastas.

Todos somos iguales bajo la sombra del alero
estamos desnudos de brillo 
degustando, esperando,
curioseando. La puntita nomás. Detrás de la puerta ventanal
el mundo es otro, se nos ha vedado se nos ha velado el rollo
han mordido la manzana y si, el calor del edén es la quemazón
en la planta de las patas
un verano en la playa, llevando las reposeras sin posibilidad
de sacarse las chancletas
pero esto es el Invierno, mi amor,
estamos de paso, nos morimos nos quebramos en miles de pedacitos
por la mañana huimos de la escarcha oímos melodías barrocas
nos resguardamos en los aleros de las casas, de las calles,
generosos comercios generoso suelo pampeano
que bajo tu alero
nos bancamos la pelusa.

# Stíga

Azotaba la ciudad una especie de niebla, mezclada con el calor del subterráneo y el gris de los grandes edificios antiguos con hermosas y amplias ventanas de madera. En el cielo miles de pájaros negros parecían volar cada vez más cerca y el viento jugaba con nuestras ropas como juega con la arena y el mar. En la avenida las luces encendidas de los autos daban un tono pálido y triste, se movían con lentitud, respetuosamente, como si todos se hubiesen quedado sin gasolina en el mismo instante y procuraran dejar seguir la marcha hasta que sus ruedas ya no giren mas. Parecía fácil cruzar. Caminaba como todos los días, sin mirar a los costados, ni adelante, solamente caminaba tranquilamente. Una tras otras las cuadras parecían repetirse, la entrada de vidrio acá, el escalón de mármol blanco gastado y resquebrajado, el cantero y al final, la salida del subterráneo. Luego la gente, los zapatos, las tres compañeras, detrás más gente, 5, 6, la anciana que camina lentamente contra la pared, sujetandose, y luego todos apresurados, saliendo del subterráneo, con pasos firmes y decididos. Al llegar a la esquina cruzo sin mirar, los autos cada vez más detenidos, y otra vez la entrada de vidrio, el escalón, las 3 compañeras, la anciana y otra vez perdido entre montones. En el cielo pájaros negros; el viento soplaba con fuerza y sin embargo la niebla parecía estacionada, los pasajeros del suberráneo, como una ola enorme, me empujaban con ellos, hacia ningún lado más que el principio. La sofocación creció a cada instante, y en la desesperación decidí envestír a cada humano que se cruce, y entonces caminé, contra todos, chocándolos con todas mis fuerzas, pero nadie se movió, todos siguieron, algunos me susurraban algo pero la mayoría me ignoró, hasta que en mi rostro la desesperación se hizo visible y unos pocos pararon para acariciarme con una mano, pasarla suavemente por mis mejillas, y aunque yo suplicara a gritos una ayuda, eso era todo, se iban, mirandome. Fue ahí cuando pude prestar atención a sus rostros, no eran siempre los mismos, de hecho nunca se repetían, aunque si se repetía la distribución, la anciana, las compañeras, la gente que salía del subterráneo. En varios intento me fue imposible poder entrar mientras todos salían, y el portero de la entrada de vídrio jamás dirigió su cara hacia mí. Estaba irritado, pero sobre todo me sentía sofocado. Caminé nuevamente, había decidido esperar sentado en la calle por ayuda, sabía que necesitaba alguna ayuda, pero los autos no se acercaban. También debía olvidar la idea de que me atropellen y terminen con esto. En unas cuadras, nosé cuántas había caminado, tan solo algunas cuadras separaban al hombre que era de este ser al que ya no le importaba morir, habían sido unos pasos, y solamente el sentimiento de sofocación había llevado la desesperación al máximo, la repetición, el escalón, el cantero y sobre todo la indiferencia de los miles que aún salían por el subterráneo, que no se corrían para dejarme pasar, solamente, en su indiferencia, me unían en su camino sin sentido para mi, pues más allá de la niebla no podía llegar. Me desplomé en la entrada de un edificio, tenía un fuerte dolor en la espalda, sentía que se abría mi piel, el ruido de huesos abriendo tejidos, el dolor era intenso pero en mi rostro no había emociones. A través del reflejo en el vidrio de entrada pude ver mis alas desgarrando ambos lados la piel para extenderse de a poco, mi ojos ya eran los de esos pájaros negros que volaban en la niebla y esta era tal vez, mi única salida.

Sobre la Avenida Simón Perez

A mi poesía le duele la espalda.
Esta de contracturas repleta su chirriante andamiaje.
Pienso que de la sal celeste que suele desprendérsele de la boca como un tequiero,
Debe ser la culpa de su mala prensa.
De su no-prensa.
A mi poesía le hace falta alfabeto.
Círculo y apretón de manos.
Algún edificio que transpire historia.

¿Pero es que nadie puede leer un signo que no lleve corbata?

Mi pregunta no es de madera y de ensueño.
No quiere parecer retórica.

A mi poesía me la desayuno cada mañana
Esperando sobre el barro algún colectivo.
Escuchando la flecha salvaje de una sirena nocturna.

Escribiendo en un cuaderno de 6 pesos
Algún apunte sobre la mecánica del olvido.