27 agosto 2011

Loca



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Cercos

Detrás de la estación del tren una casa vieja y descuidada aguantaba cada temblor con las ventanas abiertas, las pestañas se movían a su paso, pesado, incansable, repleto de gente. Esta casa siempre llamó la atención de quienes no hacíamos mas que caminar por sus alrededores, sin obligaciones y sin la vertiginosidad que propone toda estación, pues, siempre tuve la duda sobre si estaba abandonada o no, o si alguna vez sus habitantes, al salir a disfrutar en el patio de entrada, se encontraron con que les habían construido ya una ciudad, unas torres a unas cuadras, kioscos a los costados y locales de comida al paso. Siempre había pensado que en el caso de no estar abandonada sus habitantes deberían ser ya mayores y sordos, que se habían visto ante la imposibilidad de mudarse. También pensé que sus hijos posiblemente habían ya tratado de convencerlos para abandonar la vivienda, haciendose ellos con el dinero de la empresa ferroviaria y los viejos condenados a un geriátrico de mala muerte. En sí, un geriátrico.

Esta mañana, vi movimiento, había un señor de unos 40 años haciendo trabajos de jardinería y me acerqué de poco, siempre con mi poca actitud y con mi cámara de fotos como escudo. Por muchos segundos no me dirigió la mirada, lo cual me ponía en el aprieto de pensar si dando pasos más fuertes o quizás tosiendo podría lograr que me mire, y luego algo diría. Tenía la piel bronceada como la gente que ha trabajado incansablemente bajo el sol durante años, como si se hubiesen enterado que la sabiduría se encontraba cavando. ¿Y por qué no? De chico había aprendido que si algo hacía la gente para salvar sus posesiones era enterrarlas.

No había pasado mucho tiempo, yo había empezado a tomar algunas fotos mientras el sujeto desde adentro parecía disponerse a descansar, pues encendía un cigarro y se secaba la frente con la toalla que llevaba colgada en su espalda. Le pregunté si era el dueño de la casa y si le molestaba que le saque algunas fotos, me contestó con el cigarro de costado pero no pude entender sus palabras claramente, aunque con su mano me indicaba que espere. Se acercó luego de darle unas pitadas mas, tirar y pisar el cigarrillo.

El reflejo del sol en la cámara daba contra los vidrios de la ventana trasera, luego se desviaba hacia algún punto en su interior, se veía un placard antiguo, de una madera oscura. Mientras me hablaba trataba de seguir los reflejos, de mirar hacia el interior de la casa. Me preguntó si quería pasar a verla, me dijo que solo quedaban algunas pertenencias de los dueños anteriores y que no era el primer interesado en ella.

“Ya has venido tres veces, la conoces, sólo que no lo recuerdas”

Mucho de lo mágico de aquella casa estaba en que al salir a jugar en los pastos cercanos a la estación uno se encontraba con su hermoso patio, sus ventanas siempre abiertas y lucia como recién abandonada, aunque nunca nos animamos a entrar, pero sobre todo era curioso como se diferenciaba de todo su entorno, parecía tener una vida propia y lejana al común del barrio.

Mientras caminaba hacia la puerta que daba al patio, sentí otra vez la mirada, él me miraba fijamente a los ojos, sus cejas y sus labios eran tan fríos, sin voluntad, solamente me miraba como sabiendo que me entregaba, no se molestaba en apartar la mirada si yo volteaba a verlo. Abrí la puerta y él se detuvo, siguió mirándome hasta que entré. Los pisos de madera, un pasillo iluminado por la luz del sol entre las cortinas, el ruido era a soledad, sentía mis pasos retumbar contra todas las paredes, casi podían mover los retratos que adornaban todo el largo del pasillo. Caminé hasta el final y vi un gran comedor vacío, quedaban algunos muebles tapados con sábanas viejas y todo estaba cubierto por polvo. Hacia un lado y hacia otro había algunas puertas, era difícil orientarme, tenía la sensación de encontrarme perdido todo el tiempo. De verdad estaba perdido.

Un ventilador de pie todavía seguía girando, a medida que me acercaba se hacía más fuerte su ruido, un ruido casi áspero, ruido oxidado, las aspas chocaban alguna parte de la protección y esa fricción marcaba los segundos como un cronómetro improvisado. El pobre viento que producía el aparato hacía mover los papeles de la mesa, no era mi intención revisar la casa, buscaba volver a la puerta con algunas fotos para demostrarle al jardinero lo que había hecho y solamente satisfacer algo de la curiosidad que siempre me había producido, pero las hojas comenzaron a volar, cayendo a mi lado. Recogí una pequeña hoja con un breve texto, el papel ya estaba amarillento y parecía fácil de resquebrajar.

"Las cucharas golpeaban las tazas, de estar tan acostumbrados el uno al otro revolvían al unísono, faltaba poco para que todos den sorbos al mismo tiempo también, así fueron todas sus tardes gran parte de sus vidas. Yo desprecio cada segundo en la mesa con ellos, desearía poder gritarles que se han convertido en un montón de nada, pero una nada que logra enfurecerme. Ellos no contestarían más que con llantos y gritos escandalosos, seguramente todos al mismo tiempo, se levantarían de la mesa y se irían a sus cuartos y quizá, con suerte, alguno finalmente abra la puerta del patio, cruce el cerco y se deje arrollar por el tren. Pero no podía hablar, su estupidez era el escudo más efectivo, yo no sabía si deseaba lastimarlos tanto, se veían al mismo tiempo inocentes en su superficialidad, en sus risas exageradas y en sus modales"

Mis ojos se habían quedado fijos en el papel, lo sostenía cada vez más fuerte, cada palabra podía haber sido mía, eran mías, y lo apreté hasta que se fundió en mi piel, en mis manos, y luego solo pude abrazarme, con cada brazo temblando.
Ahora el viento corría de ventana a ventana, caminé y otra anotación vino a mí, desde las ventanas podía ver que el sujeto del patio seguía mi recorrido, podía ver sus manos en la ventana, apoyándose para mirar hacia adentro mientras los papeles volaban por toda la habitación. Estaba asustado, perdido, lleno de emociones encontradas y mis emociones siempre habían tendido a jugarme en contra.

"El vaso se rompió, sus restos se esparcieron por todo el piso, yo caí de espaldas golpeando contra una mesa. Fue una vergüenza levantarme ante la mirada de todos en la casa, mientras se tapaban la boca con ambas manos en un gesto de asombro, pero había dado el primer paso, mi padre sangraba, tenía el labio partido, pudo haber avanzado sobre mí y terminado todo, pero yo me levanté, ambos nos quedamos quietos mirándonos fijo, maldiciéndonos. Ya no nos unía nada, se dio vuelta y se fue rechazando la ayuda de mi madre que corrió detrás de él. Mis hermanas me miraban sorprendidas, poco hubiesen hecho ellas para liberarse de semejante escoria, pero no, ellas no lo harían, eran lo mismo, eran iguales, todos acá lo eran. Debía marcharme, empacar y salir de la casa en sus narices, ya no me podían prohibir nada."

Oí la puerta, oí pasos pero los oía en todas direcciones, no podía adivinar de donde procedían. Había ingresado el jardinero, su mirada era extrañamente parecida a la de mi padre, su rostro también. Sacó un arma y me la lanzó, me sonrió y bajó la cabeza en un gesto que me llenó de serenidad. Tomé el arma y le disparé en la cabeza.

Otra vez crucé el cerco, esta vez para no regresar.




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25 agosto 2011

Qué complicado

Cómo complicamos las cosas... Extrañas? Llamá… Querés saber de alguien? Invitá… Querés que te comprendan? Explicate… Tenés dudas? Preguntá… No te gusta? Hablá... Te gusta? Habla más… Tenés ganas? Hacelo… Necesitás que te abracen? Abrazá...Querés algo? Pedir es la mejor manera de empezar a merecerlo… Si el “no” ya lo tenés, sólo corres el riesgo del “sí”… La vida es una sola! Vamos a ser felices…
Cuando llames, que te atiendan. Cuando invites, que accedan. Cuando te expliques, que te escuchen o cuanto menos que se interesen. Cuando preguntes, que alguien no tema prestar una respuesta aunque corra el riesgo de equivocarse. Si hablamos, que sea comprensivo nuestro oyente.
No objeto respecto a tener ganas; sí, hay que hacer y punto
No objeto respecto a necesitar un abrazo; abracemos porque sí. Nadie se lo espera, nadie lo rechazará.
Pero sobre todas las cosas, cuando quieras algo, dalo. Dando es la mejor forma de merecer.
Estoy totalmente de acuerdo con que el "no" está de antemano, la única sorpresa será un "sí"
Pero no es así de sencillo todo lo que se enumera porque hay que pensar una cosita
No es así de sencillo todo lo que se enumera porque hay que pensar una cosita
¿Cuántas personas nos extrañan que hemos olvidado?
¿Cuántas invitaciones rechazamos por no estar de ánimos o por acceder a otra invitación?
¿Cuántas preguntas temimos contestar o simplemente no quisimos?
¿Cuántos corazones rompimos y cuántas veces nos rompieron el corazón?
No es fácil ser uno, porque siempre dependemos del otro.

21 agosto 2011


Todos fuimos gordos peronistas


dedicado a una manga de cortos hijos de puta.


Porque volver en el tren a las siete de la tarde es una aventura indecible, una náusea inenarrable, una musicalidad repulsiva. Las peores miserias se materializan en la fila del Roca, vieja de mierda no te vas a colar y cosas así.
El precio que hay que pagar por volver a casa. Algo mucho más profundo que unpesocincuenta, algo como la abuela Altagracia sola en el living con lo que sobró del budín de pan tan rico que preparó especialmente para tu visita de una hora y pico, chupando esos mates lavados, dulcísimos pero hechos por ella que está sola y a veces alucina y llama a casa preguntando por vos. Por eso los viejos te pidieron que vuelvas. Aún cuando tenías pensado volver casi corriendo, casi suplicando que por favor te dijeran que la vida por lo general es así, una sucesión de nada-sale-como-lo-planeé, de no tener laburo y de proyectos truncados por mal armados ambiciosos o por querer llevarlos a cabo con la gente equivocada. Que la vida es que te caguen un poco, casi sin querer, que sufras como una idiota por eso y que sufras peor por entenderlo, por perdonarlo. Cagada ya estás, de pé a pá, ni tus amigos con sus cosas te pueden alentar. ¿Para qué ese aliento de palabras ya sabidas, de consejos a no seguir?
-         Má’ sé, prefiero que no me hables de nada, que nos distraigamos, que nos hagamos el amor fraternal.

Pero volviste. Empujaste lo menos posible y te subiste al vagón, quisiste llegar al último pero el guarda (aspirante a rati, vigilante, porquería) pitó su silbato de alerta y te metiste en el primero que pudiste. Atrás tuyo subió bastante gente, una nenita de anteojos con su padre, pobre nena, si tuviera un lugar le diría que venga un poco más acá, la van a aplastar. Y al lado tenés a un tipo que destila ese olor a Termidor insoportable, a paliza a la jermu, y te toca el brazo y querés gritarle que no te toque, que no ose siquiera sutilmente pasar su piel por la tuya, pero no hay lugar donde moverte. Ni un centímetro. Quizá la falta de aire te vuelve reaccionaria, quizá le estás oliendo la intención. Queda sólo esperar a llegar a la próxima estación, bajen, bajen todos, empujense y bajen pero dejenme que me corra aunque sea un cachito nomás asi este asqueroso no me roza.

La sucesión de las estaciones del conurbano son algo tan mecánico y menos mágico que la sucesión de los veranos etcétera. Podríamos enumerar, por ejemplo, el ingrediente aleatorio y malicioso del tiempo que transcurre entre supón Gerli (la estación inservible) y Escalada (la estación de la Luna) o de Glew (país de Soldi, cuna de la esquina del olor) a Temperley, ese sitio fantasmal. Nunca, jamás sabrá nadie qué limbo genera la fricción de las ruedas, las vías, los durmientes o los que duermen. Ciertamente hay momentos de suave calma, de ocaso tras las calles de adoquines que dejan verse por Banfield. Casi como segundos hogares, como si cada una de las ciudades fuera un cuarto, una habitación. A veces reís, pensando en que las clases sociales se caricarutizan, que hay un cacho de Recoleta en Adrogué tacón y bota hasta las rodillas, cupé de Lomas de Zamora, garrapiñada y chipa de Lanús. Pero es tan absurdo y estúpido, no tiene asidero. Qué te importa el asidero con este tren hasta las pelotas, con este nunca llegar.
Después de una hora diez y una estampida, pateás lo que debés hasta llegar al hogar. Todas esas plantas tan secas que te parten el corazón. Volviste. Acá estás, volviste al ritual de la llave perdida dentro de la mochila.

- ¿Te acordás cuando te dieron la llave de casa? Once prepúberes años, llave de casa, ¡gloria a Dios en las alturas! Las piernas vírgenes caminando de la escuela a la casa (como mandara Perón) para encontrar el hogar con el perfume de la soledad, la radio prendida (Castello anunciando el fin de Mirá lo que te Digo y dejando paso a Lalo Mir con Blablá) y la comida recalentándose en el horno o la Essen (porque si, los ’90 fueron terribles, pero la abuela donó algunas cacerolas) y después la siesta.
- Me acuerdo sobre todo del sueño intranquilo de la siesta. Tenía miedo, pero los vecinos, esos enigmáticos ancianos de eternos sesentaypico siempre estaban vigilando en tácita solidaridad.

Y ahí está, sentada Altagracia con los ojos anegados por una película amarillenta de olvido. Llegaste tarde, como siempre. Está en silencio, ausente. Hola abuela. Ausente, aún cuando la besas en la cabeza, entre los cabellos que percibís grasientos, sucios de nervios y horror.
Madre te explica que Altagracia por la mañana tuvo un ataque, lloró y se cagó encima porque gritaba que iban a matar, que había veneno en el mate, lloraba por su propia madre que no la iba a buscar, como si de nuevo estuviera en una carreta, atascada, sin poder llegar a la escuela por el barro y la inundación y la carencia de calzado. Ya no saben qué ni cómo hacer, ya no saben cómo vivir.
Convivir con la muerte propia es una cosa natural y sucede sin problemas mayores que cierta noción de situación límite. Pero convivir con la agonía ajena. Se hace cada día, se ve en el almacén y en las calles de tierra. Se ve en ese pibe que duerme en la estación y se hace una paja a plena luz del día, lleno de costras en la cara, costras de mugre, de la viruela mísera de la pobreza constante. Se ve en los burgueses con culpa que se quedan más tranquilos luego de repartir panfletos o de haber hecho un día de voluntariado. Pero convivir con la muerte enferma y recalcitrante del útero que te dio refugio, del útero que añorás aún en tu menopáusica situación de hija, es morir vos también.  Y nadie está preparado (aún siendo conciente de ello) para perder un pocote vida en la vida misma. Y nadie está preparado para ver cómo eso sucede. Por eso, Abuela, nos estás matando a todos.
(Por la noche vas a la estación de servicio a comprar algo, una golosina inofensiva. Te encontrás con una amiga que no veías hace meses y aprovechás el envión para escapar un rato de la tensión que te dio la bienvenida en el hogar paterno, y caminás con ella por la vera de la mal llamada avenida (qué no ven que es una ruta) porque los restoranes y las parrillas han copado todo lo que uno entiende como vereda. Algún que otro colectivo pasa cada quince, veinte minutos. No se ven bien las estrellas, jamás en tu vida has visto las estrellas como algunos creen que se ven en tu pago. Esto es una puta ciudad, una ciudad fundada y hecha para que las hordas del interior duerman relativamente cerca del río, civilizado río centro industrial y epítome de la inclusión social. Tu abuela, una cabecita negra, una campesina mesopotámica, morirá por la tarde. La ciudad seguirá viviendo. Los trenes seguirán llenándose inhumanamente. Se detendrán sin razón entre Adrogué y Temperley, los domingos serán imposibles. La gente se muere. Los trenes están repletos. Hay una cacería de almas, lo presiento. Volví para refugiarme en el útero. Volví para saborear la humedad de los árboles, para regodearme de pájaros matinales. Volví, presa de un patriotismo pueblerino absurdo. Descubrí la muerte y la besé en la espalda)



18 agosto 2011

Tristeza I

La intensidad de toda tristeza
las moscas salientes de la tarde
el dibujo enarcado en ese acorde
la superpuesta parcialidad de todo instante

–ahueca–

la tibieza expandida a la sirga
de un aliento entre olitas impotentes.

Te gustó

(Para O. mujer de ojos a medio camino entre el verde y el azul).


Para darte lo peor:

El filo te persigue, lo ha estado haciendo desde que naciste y para cuándo te alcance…
¿Sabes?, tú debes saberlo mejor que yo.
El miedo está allí, Vuelve a respirar, pregúntate si quieres caer.
El ladrón se fue, pero dejó una nota, una carta bomba.
El asaltante sigue manteniéndote apresada por el cuello con la navaja sin decidirse en si debe entrar o seguir su rumbo de inacción.
Las tentaciones están haciéndose realidad, el humor está tornándose agrio.
El fantasma tiene miedo de ti, a las brujas no les hizo gracia lo que les hiciste la semana pasada
Y están pensando en vengarse, para pasar el tiempo lo mejor posible que se pueda.
Envejecerás sola.
¿Preocupaciones por si vendrá o no?, mira, ya no hay luz allí, estuvo, pero no lo viste, es demasiado tarde.
Tus asuntos son el enemigo, créelo.
Sigue errando y no acepta consejos, la mejoría es una ilusión.
Y la pesadilla que se mostrará ante ti, en el momento en que cierres los ojos dispuesta a dormir te lo asegurará: no podrás escapar.

15 agosto 2011

Contacto para(gente)normal

Recuerdo que tarareaba una canción del grupo chileno La Ley. En ese entonces, hace unos ocho o nueve años, era muy cursi. Aún lo soy. La partecita de la canción que canturreaba decía “pa papapa, necesito tu calor”. No me gustaba La Ley, no me gusta; así que no sé de dónde saqué ese estribillo meloso, pero secretamente presiento que algo tuvo que ver con la maravillosa e impactante luz que vi cruzar en un instante por el cielo estrelladísimo de una noche de invierno en la ciudad de Longchamps.

En marzo de 2000 arranqué el Polimodal. Como el colegio Santa Clara de Asís sólo tenía primaria, no me quedó más remedio que pasarme a otro, ya no en la ciudad en la que vivo desde siempre sino en una localidad contigua, Burzaco. La primera mañana de clases los alumnos se reunieron en el llamado Anexo, a una cuadra del edificio central, y allí me llevé el primer golpe de unos cuantos que recibiría por mi incondicional inocencia. Tengo la imagen mental de quienes serían mis compañeros, desprolijamente formados cuando entré: la mayoría de ellos, con mochilas con tachas y logos de Almafuerte; la mayoría de ellas, con las tiritas de la tanga deliciosamente asomando por las cinturas. Las caras apuntaban hacia la entrada, por lo que todos pudieron observar mi uniforme impecable, mis Guillerminas para hombre y mi pelo engominado al entrar. Había otros nerds, pero éste era desconocido. Yo era el nuevo. Y era para cagarme a piñas.

Si me remito a este episodio es para saldar que me darán por crédulo, y que tal vez esta característica hará que abandonen la lectura, o al menos que tomen esta anécdota con pinzas. Siempre creí. Todavía creo. Un amigo con el que compartimos episodio a episodio de Lost suele decir que yo soy “el hombre de fe”, y no le falta razón. No creo en Dios y jamás asistí a misa; pero sí creo —con fervor— en la existencia de un poder más allá de nuestro razonamiento. Creo en un ordenador, en el deus ex machina. Creo en el destino. Mis amores fueron siempre Su obra.

En el nuevo colegio sentía que había sido criado por alguna de las familias de enfermos psicológicos de La aldea. Por fortuna, logré adaptarme pronto a las nuevas condiciones de superviviencia. Largué la gomina, los zapatos y las hojas Rivadavia de bordes reforzados. Pelo revuelto, zapatillas de lona y hojas Gloria. Incluso, comencé a escribir mi carpeta negra con Liquid. Un heavy.

En el Amancio Alcorta de Burzaco me hice amigo de un compañero friqui que alimentaba diariamente mis cavilaciones, sobre todo las ligadas a lo inexplicable. Desde muy pequeño me parecieron fascinantes los fenómenos paranormales y cuento con una cantera de anécdotas si no para caerse de culo, al menos para maravillar a alguna que otra beata en una charla de bar. Vi fantasmas, platos voladores y descubrí anillos debajo de macetas sin que nadie me diera una pista. En el juego de la copa me pasaron unas cuantas. Otorgué números ganadores de lotería y conquisté muchos sorteos, siempre que quise el premio para obsequiarlo, nunca cuando fuese para mí. Mi viejo se dio cuenta del don y comenzó a hacerme elegir sus seis números del Loto.

—Si vos ganás, yo gano; por eso no funciona—le decía.

Nunca me interesaron las revistas sobre hechos paranormales, pero sí me colgaba cada tanto con algún programa de avistajes o abducciones en el canal Infinito. El primer video que vi sobre extraterrestres es el de la famosa autopsia a uno de los cuerpos alienígenos hallados en Roswell. Lo vi en un especial de Chiche Gelblung, que por entonces empujaba gente a las vías del tren para filmarla y mostrar el tape por tevé. Esa noche no dormí.

La cuestión es que este amigo que me cebaba (cuyo nombre me reservo) creía que yo era un mesías, o que lo sería cuando me diera cuenta. El chabón vivía acomplejizándome con numerología, astrología y quiromancia. Una vez pasé al frente a dar una lección oral de juegos de rol. Al finalizar, me llamó y me dijo que mi cuerpo había estado brillando toda la hora. Que mi aura era blanca. Lo loco es que no hace mucho una vieja que pedía monedas en el tren también me lo dijo.

—Vos sos seis, y los seis son los que van a sobrevivir al Armagedón, los que van a reconstruir la humanidad—me traumaba. La responsabilidad era enorme.

A los cantantes les debe suceder. Si tenés veinte mil minas en un estadio de fútbol queriéndote chupar la pija, empezás a creer que sos lindo. A los crédulos sólo nos hace falta un tipo diciendo que seremos Jesús para empezar a conectar cabos y paranoiquear.

Un día de clases cualquiera, este amigo se me acercó para contarme que durante su fin de semana se había contactado con extraterrestres. Y que toda su familia había sido testigo del ovni que habría estado casi una hora sobre su casa.

—No jodas.
—Posta. Vinieron.
—¿Así, de la nada?
—De la Nada.
—¿Pero, vos? ¿Por qué vos? ¡Si vos sos cuatro!
—Porque los llamamos.
—¿Y los vecinos no se dieron cuenta?
—Para verlos hace falta querer, creer.

Claro que me contó cómo los contactaron. Que ET pida un teléfono da la pauta de que es ficción. En la realidad, la comunicación se establece mediante una especie de Código Morse efectuado por una persona de este planeta hacia un cielo nocturno con —atenti— una linterna. Ya no tengo presente con exactitud el lenguaje intergaláctico; si lo hiciera, sería millonario. O estaría internado.

Tanto me llenó la cabeza con que esa línea directa funcionaba que convencí a mi hermana para que juntos fuéramos una vez cada tanto a la terraza a gatillar luces. Ella protestaba por el frío y, casi siempre, abandonaba al rato. Yo me quedaba solo, iluminando el cielo negro, que en Longchamps es más estrellado que en las grandes ciudades. Cada sitio tiene su manto.

Una de esas veces, mi hermana bajó enseguida a cenar. Mi madre comenzó a gritar que también yo fuera; sin embargo me quedé un poco más, haciendo clicks de luz. Nada. Nunca veíamos nada. A veces forzábamos un avión a lo que no era. Tal vez presenciamos la caída de una estrella fugaz.

Cuando el frío comenzó a molestarme, bajé las escaleras y me dispuse a cenar. Solo. Todos habían comido. Antes, mi vieja me pidió que descolgara la ropa del tendedero. Salí al patio trasero y comencé a sacar la pilcha del alambre. Miraba al cielo de refilón, obligado por la altura del tendedero.

Pa papapa, necesito tu calor. Pa papapa, necesito tu calor.

Y justo cuando mi abuela entraba a mi casa, una luz descomunal atravesó el cielo. No sólo zanjó un sendero en el profundo infinito, sino que puso en pausa de blancura todo lo que me rodeaba, como sucede con la luz artificial de las oficinas. De repente, el patio era blanco, levemente amarillo. Yo era blanco, levemente amarillo. Me quedé paralizado. De verdad, no podía moverme. Cuando recuperé el aliento, un parpadeo después de la desaparición de la repentina fosforescencia, regresé a casa y me senté a cenar.

Los años pasaron y nunca más supe de ese amigo. Bah, la nobleza de las redes sociales hace que cada tanto vea que postea sobre el fin del mundo.

No me malinterpreten: dejé la sinergia de las estrellas por cagón. No es que pensara que estaba haciéndole mal a la humanidad, desgastando la energía vital del universo al contactar a seres de otros planetas sólo para desasnarme de su existencia. Siempre creí. Todavía creo. En “ellos”. Es que si el espacio es, como dicen los doctos, infinito, las condiciones para la vida —y me refiero al tipo de vida capaz de crear tecnología, no me vengan con microbios— son lo mismo infinitas. ¿De quiénes seremos los extraterrestres? Su vigencia (que se contrasta, ante todo, en la innumerable cantidad de películas, historietas y libros que hablan sobre ellos, muchas veces como metáfora de la otredad palpable) podría ser un desesperado trino de los marginados visibles frente a la alienación cotidiana. O podría ser todo un sueño. O un horrible juego de dos infantes sagrados que se divierten tirando quesos en la ratonera de las galaxias. Las hipótesis son, también, infinitas. Y ninguna es demasiado descabellada. Con un esfuerzo mental, podemos incluso sorprendernos de nosotros mismos. Podemos preguntarnos, con todo el peso de la pregunta, por qué somos.

Antes de ver esa poderosa luminosidad, pensaba que de tener la chance, me iría con ellos, me subiría a su crucero por la Vía Láctea. Supongo que es distinto creer que saber. No le temo a los pinchazos que aventura alguna ciencia ficción. Sí, casi siempre penosamente, a lo desconocido; y es que conocer es también madurar.

Desde entonces jamás volví a hacer lo de la linterna. Cada tanto lo propongo en rondas de amigos, pero la oferta siempre pasa de largo. Cuando se corta la luz en casa bajo el cielo negro y estrellado de Longchamps, temeroso de una nueva convocatoria de extraños, uso velas. Alrededor de ellas, algunas veces, se amuchan otros extraños, de acá, cercanos; a quienes les puedo preguntar cara a cara sobre lo desconocido.


facundogaribside.blogspot.com

no iba a parar

no iba a parar hasta verme ahí
en tu lista de nombres
suspendida y excéntrica
histórica
hasta impaciente diría
no iba a parar hasta sentir cada milímetro de tu piel
extensamente blanca
con una profundidad dada por tus pecas
no iba a parar hasta tocarte
y luego tocarme
en el juego de la sensación más libre
en el juego de la sensación más pura
no iba a parar hasta sentirme en trance con tu sistema nervioso
hasta compenetrarme con tu médula
no iba a parar hasta ronronear en la mañana
sentida la luz de tu ventana
no iba a parar
no iba a parar ni suponía hacerlo
pero todos los planes tienen un punto de encuentro con otro plan
pero todos los planes tienen una mínima ruptura
pero todos los planes dependen del tiempo
no iba a parar hasta verme tatuada a fuego en tu columna vertebral
en tu memoria
en tus cinco sentidos
pero paré igual.

http://feriade-letras.blogspot.com/

13 agosto 2011

Las voces del Rock (progresivo)

Una voz resonando en tu cabeza
Te recuerda los sabores que dejaste atrás

Hablan del pasado como si fuera el futuro
Marcan tu camino con antorchas a la vera
No estamos en el quinientos diez

El alarido inhumano cala hasta los huesos
Recuerda la tortura de otro tiempo
siempre presente

Los tiranos del tiempo eternos en sus tronos
Los tiranos propios aferrados a nuestros nervios

El anhelo de la supremacía de la voluntad
Virtiendo en las fantasías de los trazos
en las curvas de las caligrafías
en los colores de las pinturas

Te atraviesa como un canasto con cuchillas
La historia reverberante

El sismo que sacude tu cuerpo
El arte que no te permite olvidar
Ya no necesitas temer convertirte en piedra

Podés descansar tranquilo
Comprendiste, ahora es tuya la libertad
de soñar

10 agosto 2011

Ají putaparió




Martes, miércoles, viernes; da igual. Todos los días son el mismo día. Un vendaval de ausencias, de cuotas de resurrección; una miscelánea sin pasiones ni trampolines. Doy fe de mi estructura molecular incierta y desierta, anclado en una nebulosa pigmea. Ya no hay farsas ni contraofensivas, ya no hay muecas, ya no hay jardines, ya no hay nada que me devuelva al mundo.
Carecer de posibilidades es una posibilidad, y me siento a no esperar, a no buscar. Y los espejos doblan los vértices de una estampilla; corroen la sangre en bulla, fría, dormida, enjuagada en colores sin forma, sin candores ni espulgabueyes. Arrinconado enciendo un último cigarrillo y observo cómo caen las hojas de un viejo sauce, gritando tazas y martillos, rumiando como cerdos en corral. Deslomo mis hespiridinas, templo el grosor de mis venas y encadeno mis huesos a la intemperie.

Angst, angst!

El sol se ha hecho monolito, trenzándose con el viento en luchas de tercera. ¿Para qué contemplar la primavera, si caerá tan estridentemente como el Sacro Imperio? Prefiero estancarme a ser pollo de rotisería. Eso es todo. Sin embargo, debo admitir, me hallo tan dorado por dentro como en parrilla… pero ya soy un plato frío y sin sabor…

08 agosto 2011

Abajo, arriba


A propósito de…

Para mostrar la realidad, no es necesario apegarse fielmente a ella, tan solo para regodearse en sus miserias, en el morbo.

Ya todos sabemos que las clases bajas y marginadas tienen otro vocabulario y quizás otro comportamiento. No creo que nadie necesite de un programa como "Policías en acción" basado en la burla, el ridículo y el uso de "la realidad" de ciertos sectores, escudándose en que justamente... eso es real.


Hunter S. Thompson sostenía que "una mirada subjetiva es más importante que la fidelidad de los hechos para acercarse a la verdad", lo mismo que pensó muchos años antes en Argentina el periodista y escritor Roberto Arlt. Gran imaginador, en sus crónicas armaba tramas y personajes ficticios que servían como narradores. Celebres fueron sus "Aguafuertes Porteñas" en el diario "El Mundo" donde mezclaba magistralmente noticias y ficción.


La realidad es una cosa, pero la verdad es otra muy distinta.



No necesitamos más dosis de realidad, estamos llenos de ella por todos lados.


No queremos comer más mierda.
Queremos saber porque esta realidad es así, queremos algo más.



Queremos ficción.


Queremos verdad.


http://unfrioyrotoaleluya.blogspot.com

Revolución I

No hay revolución sin poesía.

Esto lo sabían bien los militares
y por eso nos llenaron de
cenizas de Neruda y de Eluard
(sus letras, desvaneciéndose en el aire),
y de cenizas mías y tuyas
porque yo soy poeta y tu cuerpo es poesía pura.

Maravilloso, cómo arde tu cuerpo
en la sombra
de la noche,
y el mío siguiéndolo
vuelto polvo
en el aroma de alguna primavera
o invierno real.

Retrato: Agustina Sol Otero


05 agosto 2011

Mis vidas con Lola - Capítulo I

La gente ha cambiado el carácter como la ciudad de estación. El frío es siempre tan igual que en sus heladas venganzas se contempla como un viejo frío. No se puede calcular el clima que nos acompañara este verano, ni cuanto tiempo más estaré en la morada de Lola. Tan abrigado por sus cortinas de cielo terciopelo, bajadas de alguna lluvia que sin clemencia nos abrazo.

Podría haberme tumbado ahí y solo amarla. Pero a ella le interesaban las cosas, los aromas y el entorno que tendrían nuestros labios. Yo solo me preocupaba de ellos, sus profundos y fijos labios, seguros como ella misma de mi amor. Sus ojos pedían quererla y cada acto era una declaración de guerra, una lucha vísceral por ser amados y por vencerse uno al otro.

Las uñas raspaban las frutas con sólo el miedo que puede tener alguien que ama. Con los días entendí que debía alejarme de Lola, de todos esas horas que son ella, de todos esos colores; Dejar de respirar a Lola, de oler a Lola, de amarla por cada centímetro que nos acercamos al dormirnos.

Tome mis valijas , todos sus besos en mis bolsillos y me fui de casa, porque la distancia entre ella y yo me dará nostalgia suficiente para amarla.

El amor

El amor
Pero lejos están los remotos días
en que el amor se confundía con la pujanza
de la naturaleza radiante

V. Aleixandre


Antes era el amor la dulce primavera del alma donde los corazones se abrían al alegre impulso de la ensoñación. El amor de los amantes encarnaba el vigor fecundo de los cuerpos; sedientos, sí, del ardor fragante. El enamoramiento rozaba con más fuerza los cantos ardientes del espíritu, que, como por descuido, elevaba el semblante a la Belleza, a un sentimiento antiguo de plenitud cadenciosa. Sí, el verso de amor se adormecía acariciando los extremos bordes del alba. Donosa y pura tejían su algarabía los amantes y un fulgor de éxtasis matutino dejaba traslucir su humor alegre, profundo y romántico. La resonante gloria se extendía hasta el fin del gozoso crepúsculo, que bañaba a todos los hombres con su levísimo rocío de gracioso e inviolado contento.
Pero ahora el cuerpo del amante desbordado de ilusiones llora y abre un surco en su vientre para acoger la sed infinita. Hierba sin flor. Todo se hunde en lo oscuro; el manso idilio del cuerpo se vuelve desencanto, tribulación y grito. Una ciega culpa acongoja la esperanza y palpita turbio un denso recelo de derrota. La cándida gratitud del amor deja afligidamente lugar en el corazón al beso mudo de toda gloria y borra el sol fulgurante y la venturosa luz que en él antes reinaban. Esquivo quejido de unos ojos trasparentes anonadados en la gran noche oscura de luciente angustia, de amargo clamor irremediable. Un mundo antiguo virginal, puro y vasto se convierte en la lisa tierra que no madura del dolor y de la pena. Hay una melancólica música de martirio que recuerda el amor antiguo. Y hay una fúnebre guirnalda florida que de la tierra marchita se enajena. Y una leve forma afligida que adopta todo: el puñal, la flor, la tierra o la luna.

Falsa Madurez

_ _ _ Me hipnotizaba un gancho que había colgado de una cadena. Era una cadena de eslabones gruesos que comenzó a agitarse y se retorció y retorció girando en espirales. Parecía enroscarse pero el gancho, enorme, caía como peso muerto, inmóvil. Así comenzó a agitarse e hizo vibrar el tenebroso castillo. Ahí fue que supe que estaba en un castillo.
_ _ _ La oscuridad era absoluta y algo frío golpeo contra mi piel. Sentí el frío extenderse y rodearme como una boa. El frío quemaba franjas de mi piel, sujetando firmemente mis brazos y mis antebrazos, cuando vi el gancho desaparecer llevado por una misteriosa fuerza. Sobre la piel me pesaba el frío como si fuera materia y comencé a sentir pellizcos en mis brazos y mi pecho y debajo de la espalda.
_ _ _ Entonces supe que fluía el calor. Cálidamente vertía de mí donde ese sólido frío osó penetrarme, a un costado de la espalda entre dos costillas. Así como fluía hacia afuera sentí cómo también invadía el vacío de mi interior. Se ahogaron mis pulmones y se contrajo todo mi cuerpo igual que hizo mi rostro.
_ _ _ No respiré nada todo el rato que sentí el calor mojar toda mi piel. Y, mientras no respiraba, me curvaba y me doblaba hacia mí mismo. A la vez que un frío glacial invadía mi brazo derecho comenzando por el hombro, podía observar cómo mi piel adquiría un sedoso tono escarlata que lo cubría todo. Yo agarraba mi tórax con ambas manos en un desolado abrazo. En la contracción de todo mi ser costaba mantener los ojos abiertos pero ya no hacía falta ver. Mi brazo derecho estaba helado, como si por él no corriera sangre, mientras ardía el resto de mi cuerpo.
_ _ _ De un momento a otro todo acabó y con una brusca y profunda inhalación llené mis pulmones. Tiré mi cabeza hacia atrás y todo seguía hundido en tinieblas. El profundo silencio denso permitió que saliera a flote un sonido de mi interior. Porque era rítmico pensé que se trataba del latir de mi corazón pero no eran dos tiempos que separaban dos sonidos amortiguados (pum pum... pum pum...) En la gigantesca habitación, seca, vacía y oscura, vibraban dos golpes metálicos separados por un mismo tiempo sin perder el ritmo.
_ _ _ (Tic...) Por alguna difusa ventana se coló un haz de luna. (Tac...) Me giré y corrí de mi cara el pelo que se pegaba en el sudor. (Tic...) El suelo pulido reflejaba mi familiar rostro, ahora tan hosco. (Tac...) Pero algo no estaba bien (tic...), no corrí mi cortina de pelo (tac...) con mi mano derecha. (Tic...) Aquel garfio... (tac...)

03 agosto 2011

Antes y después


Camino por las calles de la ciudad, llena de gente pero tan vacía. Camino; sólo respiro y miro hacia un punto fijo, pero a nadie a mi alrededor. En eso se nublan mis ojos; cuanto dolor y rabia. Siento el tocar el fondo, realmente el fondo, recorriendo esas calles llenas de suciedad y miseria, y sólo me encuentro vagando, como lo hago hoy. Sólo sonrió y se despeja el dolor. Y se llena mi corazón de alegría; ya pasó, todo eso ya pasó; logré sobrevivir y vuelvo a caminar de nuevo en mi imaginación, en un lugar que inventé para mí, en las mismas calles. Pero no es lo mismo, porque sus ojos ya no estaban allí; se perdió, y yo ya perdí la ilusión, ésa que era tan ilusa

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Corrientes cerca de las 3.

Estoy petrificado- me dice el Comandante.
Vi como unos pendejos de caras cubiertas llenaban Corrientes como un rió.- me dice el Comandante.
Ayer los colectivos se frenaron de súbito, 15 o 20, como elefantes que le ceden el paso a un montón de hormigas- dice el Comandante.
Hace silencio, mira el reloj de pulsera, se acomoda el birrete con visera reluciente.
esto no era así hace algunos años- dice el Comandante
Tu padre te habrá contado que reinaba una política personal, una política de la familia y los valores y muchas cosas que hoy hacen que tengas la convicción de trabajar y estudiar, gente de bien que trabaja y estudia como vos y tus hermanos.
asegura el Comandante
No es muy viejo. tiene 60 apenas.
Como hormiguitas que de un pisotón se dejan de joderle la vida a los laburantes- dice el Comandante.
Después viene un taxi, me saluda con la mano y me dice que estoy grande, que salude a mi padre por el y que le diga que, ahora que esta en Buenos Aires, un día de estos se pasa para tomar un vino.
Después, se va el Comandante y yo pienso que estoy muy grande, es cierto. y que las hormigas hacen ciudades donde nadies las ve, como laburantes de la noche.
Diminutas. Eternas a lo largo de la historia.
No se si el Comandante lo habrá notado.