05 agosto 2011

El amor

El amor
Pero lejos están los remotos días
en que el amor se confundía con la pujanza
de la naturaleza radiante

V. Aleixandre


Antes era el amor la dulce primavera del alma donde los corazones se abrían al alegre impulso de la ensoñación. El amor de los amantes encarnaba el vigor fecundo de los cuerpos; sedientos, sí, del ardor fragante. El enamoramiento rozaba con más fuerza los cantos ardientes del espíritu, que, como por descuido, elevaba el semblante a la Belleza, a un sentimiento antiguo de plenitud cadenciosa. Sí, el verso de amor se adormecía acariciando los extremos bordes del alba. Donosa y pura tejían su algarabía los amantes y un fulgor de éxtasis matutino dejaba traslucir su humor alegre, profundo y romántico. La resonante gloria se extendía hasta el fin del gozoso crepúsculo, que bañaba a todos los hombres con su levísimo rocío de gracioso e inviolado contento.
Pero ahora el cuerpo del amante desbordado de ilusiones llora y abre un surco en su vientre para acoger la sed infinita. Hierba sin flor. Todo se hunde en lo oscuro; el manso idilio del cuerpo se vuelve desencanto, tribulación y grito. Una ciega culpa acongoja la esperanza y palpita turbio un denso recelo de derrota. La cándida gratitud del amor deja afligidamente lugar en el corazón al beso mudo de toda gloria y borra el sol fulgurante y la venturosa luz que en él antes reinaban. Esquivo quejido de unos ojos trasparentes anonadados en la gran noche oscura de luciente angustia, de amargo clamor irremediable. Un mundo antiguo virginal, puro y vasto se convierte en la lisa tierra que no madura del dolor y de la pena. Hay una melancólica música de martirio que recuerda el amor antiguo. Y hay una fúnebre guirnalda florida que de la tierra marchita se enajena. Y una leve forma afligida que adopta todo: el puñal, la flor, la tierra o la luna.

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