01 septiembre 2009

Se deshace el invierno

Juan, predestinado al mate lavado, ¡chambón, que hierve el agua!

Es domingo, y ya ha pasado lo peor. Se despierta con la boca pastosa, y por la ventana entreabierta entra un celoso rayo de sol. El largo invierno está pasando ya, la pintura resquebrajada del techo no se ha caído del todo y eso es algo bueno, siendo tal el clima y la desidia. Acostado en la cama, Juan decide levantarse. Baja a la cocina, pone la pava que por supuesto queda sobre la hornalla hasta que un agudo pitido despierta al joven de su somnolencia. La yerba quemada casi desde el primer mate hace que desayune con una sonrisa de sorna, como burlándose de su destino, de sus mañas.
Mientras lava los platos sucios de la noche anterior, se pregunta que hará con semejante hermoso día por delante. De repente deja la tarea que está haciendo, se seca las manos con un repasador sucio que huele a terrible humedad, se apoya en la mesada y dice
- Carajo, en septiembre no hay feriados.
Va a casa de unos amigos, y se queda allí hasta que ya está muy dentro de su ser la tarde.

Praga está eternamente llena de fiaca, se levanta y en pantuflas prende la radio, toma unos amargos, habla con periodistas que no la oyen.

El sol está por ponerse, entonces ella se calza unos zapatos cómodos y abrigados que pronto tendrá que tirar pues están a punto de romperse. Praga se encariña con sus compañeros de ropero, que estén en la basura le parece una aberración. Es por eso que recicla todo su vestuario, aunque es una pésima costurera.
Sale a caminar, no es un día ni tan frío ni tan gris como ya se acostumbró a vivir. Tan solo es domingo, y sabe bien que los faroles se encenderán de un momento a otro.
Entra en un bazar, compra un par de cosas que necesita para su hogar. Encuentra una panadería abierta, y la hace feliz poder ir comiendo pan recién sacado del horno y con mucha grasa.
En una plaza hay un anciano tocando el bandoneón. Se acerca, se emociona por la pasión octogenaria. Hay bastante público escuchando, y perdido entre esa nimia muchedumbre se encuentra Juan, que finge no verla. El presencia el momento en que Praga, al finalizar el viejo su tocata, con lágrimas en los ojos busca en su ridículo monedero un billete, un papel, una lapicera. La ve hablar con el viejo, darle el papel, el billete, abrazarlo, e irse con una sonrisa.
Praga vuelve a su casa, ya no llora, pero continúa pensando en el bandoneonista y en el tonto de Juan (así dice ella) que hizo como si no. Al llegar, pone a hervir fideos, llama nuevamente a Lucía que se deshace en insultos.
- Venite ya, y traé un tinto.


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