08 octubre 2009

Las Mantas

La celda era tan fría como aquel jodido febrero. Recordaba la vieja historia que había oido de niño. Hablaba de un hombre que esperaba preso ser ejecutado en unas horas. Su última voluntad fue que le dieran pinturas y una tela sobre la que poder dibujar aquellos campos en los que jugó de chaval. Así fue que pintó el camino de su infancia y por el se escapó. Amaneció el día y los hombres que debían fusilarle encontraron el calabozo vacío.
Tener dos mantas era bueno, pero no podía dibujar como su compañero que aunque pasaba frío por no tener ninguna bosquejaba retratos de Jesús y todos los santos que eran cientos con aquellos lápices tan brillantes. Le pidió al hombre que le dejara sus preciadas herramientas pues necesitaba ver las caras de su mujer y su hijo aunque sólo fueran recuerdos en papel. No le visitaban nunca y estaba comenzando a olvidar sus semblantes.
Se negó a prestárselas, pero le ofreció cambiarlas por las raídas mantas que le resguardaban del relente de la noche. Le pareció un buen trato y apenas las tuvo en su poder empezó a dibujar compulsivamente. De su mente brotaron horrendas imágenes en las que podía ver los cuerpos mutilados de una mujer y de un niño de corta edad, y lentamente fue recordando como mató a su pareja loco de celos una tarde de domingo y fútbol, y más tarde al bebe en la cuna asfixiándolo con su pequeña almohada. Aquella noche sintió el frío más duro y más adentro. Las mantas cubrían a un hombre extraño que dormía tranquilo.




1 comentario:

Anónimo dijo...
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