04 octubre 2009

Relato de uno que fué dos

La habitación no era muy grande. En realidad, el departamento tampoco.
El frío exhalaba en nuestras bocas, ora distantes por un instante,
Mientras la veía, ella esquivaba la cama y encendía la luz de noche de la mesita.
Luego, entró en la habitación tras de mí, como una mascota que sigue a su amo.
Me la imaginé, durmiendo sola en esa cama tan grande para ella sola, del lado
Recuerdo que las persianas estaban altas aún, pese a que era ya muy de noche, y
izquierdo, su cabeza hacia la lámpara, acurrucada, casi en fetal posición, con frío,
que las cortinas violáceas reaccionaban suavemente a mis movimientos, tan
tapada pero con mucho frío. La vi sacarse el abrigo, mientras me daba tiempo de
cercanos a ellas. Que los vidrios estaban empañados y las luces de la ciudad
volver a mí. mientras que con la mirada me pedía –me ordenaba- que cierre la
eran borrosos copos de nieve luminosa, que se entreveían en la condensación del
puerta, que apague esa luz. Cerré la puerta, aunque estabamos solos. Apague la
vidrio.
luz, aunque nadie podía vernos.
Dejé mi abrigo en el piso, y me recliné sobre la cama, con gesto de sutil invitación.
La habitación parecía más pequeña ahora, más íntima, con ella recostada sobre la
sentía su corazón latiendo como un tambor de guerra en su interior. Cerró la
cama, con la débil iluminación de la lámpara de noche, con la puerta tras de mí
puerta y apagó la luz, nuestras miradas fijas, devorando las distancias entre
cerrándome la posibilidad a cualquier intento de fuga, que no iría a intentar.
nosotros en pasos casi imperceptibles, sólo sus ojos, que me miraban y acudían a
Mi corazón latía aprisa, mi cabeza estaba turbadamente despejada. El saco
los míos, sólo los dos pares de ojos que se agigantaban a cada paso y no tenían
resbalaba de mis brazos y yo no lo impedía, y ella me llamaba, silenciosa.
más nada alrededor que si mismos.
Mientras, la nada, el silencio, invadía mis oídos, mis sentidos.
Yo me estremecía al acercarme sin saber porqué.
momento eterno e instantáneo, caminé desde la puerta a la cama, acercándome.
Lo vi arrodillarse mientras mi cuello estiraba mi cara a la suya, mi boca a la suya.
No recuerdo como fue que nuestra ropa terminó en el piso.
El aire se había espesado tan imperceptiblemente que terminó por encerrarnos en
Tal vez no lo recuerde porque no me importó en absoluto.
una atmósfera tibia, densa, rosadamente densa y embriagante nos acercaba más
Mientras, la habitación se encogía a nuestro alrededor, temerosa –y
y más; nos daba de beber su vino, de respirar sus pétalos narcotizados de bruma.
equívocamente- de que nosotros no queramos estar más cerca.
Y de rosado, y de rojo, y de anaranjado y de magenta, de invisible, de oscuro.
El calor emanaba de nuestro interior como lava de un volcán, como si fuéramos
Nuestros lenguas chocaban estrepitosamente calladas, agitadas, danzando en un
las mismísimas entrañas del fuego.
ritmo enloquecidamente lento. Nuestras pieles eran sudorosas misceláneas,
mientras nuestras manos se entrelazaban y se soltaban, reconocían nuestros
fluidos metales, que, jugando, amenazaban con soldarse de una vez.
cuerpos, desesperadas, por no poder reconocerlos.
Yo respiraba su aliento, yo exhalaba su aire. Los vidrios se empañaban más, las
Ella estaba sobre mí, sentada sobre mí, sin despegarnos jamás, ni por un minuto,
paredes se acercaban más, la luz se volvía más débil; o tal vez no, tal vez era la
cuidadosos de no romper esa bella tela que nos aferraba uno a otro. Nos
seda densa que nos cubría cada vez más envolvente, como una araña invisible
mecíamos suavemente, eternizando cada segundo, fuera del tiempo y del espacio,
tejiendo una trampa sofocantemente asfixiante de la cual nada sabíamos, pero no
en un aire envolvente que se perturbaba levemente con nuestro calor intenso.
deseábamos salir.
No sé en que momento, si es que hubo un momento, mis labios besaron
Mí mano recorrió su espalda, sus dientes se posaron en mi brazo, mis dedos
lentamente su hombro, sus manos acariciaron fugazmente mi espalda.
acabaron en su rostro, sus dientes se hundían en mí, mis uñas en él.
Con tiernos besos acompañaba cada vez que mis dientes presionaban en un
La sangre manaba hasta mis labios, agrupándose tibiamente fluida en mis
nuevo sitio, en su cuello, en su pecho, que cada vez subía y bajaba más
hoyuelos, deslizándose decidida por mi garganta, mientras mis dedos abrían a su
lentamente.
paso una nueva, y otra, y otra más fuente de elíxir.
El calor era intenso. La pasión era intensa. El deseo, el hambre, el amor, la unión
Me mareaba cada movimiento, embriagada de aromas tibios y ardiente sangre. Él
el exceso, todo era un círculo ineludible e inalterable repetía nuestros movimientos
me aferraba cada vez más firme. Me recostó y mordía mis pechos, mi vientre,
los dirigía cada vez más fuertes, cada vez más rápidos, cada vez más dulcemente
todo era fuente de nutriente y pasión, de desgarro y amor. Yo lo miraba, acariciaba
dolorosos, con sus caricias filosas compensadas en besos.
su torso, sus piernas, liberando torrentes tibios que me bañaban e inundaban.
El frenesí era máximo, me atenazaba con sus piernas, me mordía, me rasguñaba,
Nuestro amor era demasiado para nuestros cuerpos. Me aferraba con tal fuerza
Traspasaba mi carne, revelaba mis huesos, sellaba mis heridas con ígneas
que deshacía mi carne, dislocaba mis articulaciones, arrancaba mis miembros,
mordeduras de amorosa cura, logrando borbotones cada vez más y más grandes.
y los ingería veloz pero suavemente, agradecido cada trozo de vida que engullía.

Culminamos calurosos, sudando entre sangre y carne, agitados y desnudos, nuestros pechos desnudos, nuestros corazones desnudos. Desnudos de carnes, de huesos y nervios, de tendones y cartílagos. Cuando nos dimos cuenta, sin común acuerdo quisimos romper tal comunión, mas nos era imposible sin piernas ni brazos. Observamos nuestro alrededor, nuestro calor había incendiado todo. La seda narcótica que nos cubría ardía más brillante que nosotros mismos, y decidimos hacer lo único que podíamos, consumirnos en nuestras llamas de igual modo que las encendimos.
No sé si soy yo quien piensa esto, o si es ella, o si es él, sólo veo una nada, como cuando cierro los ojos, sin negro, sin blanco ni colores, ni matices. Al menos, sé que en el vacío, no estoy solo.

1 comentario:

Ale Nu dijo...

Los habitantes de la noche de mi vida, felices de leerte...