Gotas rojas caen,
devoradas por un enjambre
de furias agitadas,
de pasiones sin llanto.
El pasto que es,
o que no es
(dependiendo del observador
y de la luz, que se mueve)
Y cae el castillo de naipes,
y el tiempo nos escupe en la cara
su saliva amarga de lo inútil
cuando tenemos la nariz pegada al suelo.
El señuelo se activa -ella partirá-
y yo seré, o no seré
(dependiendo de su mirada
y de la luz, que se apaga)
Este zapato no calza en mi pie,
este beso no despierta mi sueño.
Y hay tanta sangre y bilis y saliva
que gasto absurdamente...
Mientras tanto, vos volás,
elogiando al San Nadie;
y uno se conforma con uno,
con lo único que tiene.
2 comentarios:
Se siente, se siente mucho en este poema, como que raja (en cual sentido se le encuentre a la palabra) la carne.
Muchas gracias por tu apreciación. Como ayer le dije a una amiga, uno escribe por el placer de hacerlo, simplemente. Pero cuando llega al otro, la gratificación es doble (aunque esto ya no depende de uno).
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