12 noviembre 2009

Sucesos

Sentada en su trono, la muerte empezaba a sentir que la pereza le ganaba la partida. Y así, a pesar de que con un simple movimiento de su mano podía inducir al crimen y generar catástrofes, decidió salir a estirar las piernas y a elegir algunas victimas.
Caminó durante largo rato entre la gente pero sin apurarse, después de todo para ella el tiempo no corre como para los que viven.

Allí estaba el pobre infeliz, como desde hace tiempo desde que perdió lo poco que le quedaba. Pasaba más tiempo con los muertos que con los vivos. De rodillas, sobre lo que alguna vez fue su amada. Aquel cementerio (esa tumba particularmente) se había convertido en su hogar casi tanto como su casa para ese ser, que se asemejaba mas a una marchita cáscara de naranja que a cualquier otra cosa sobre la faz de la tierra.

La muerte le dio un rodeo al hombre, para que cuando se decidiera a dejarse ver tuviera al desdichado ser enfrente. Estaba desecho en lágrimas y cada tanto se le escapaba algún gemido ahogado, después de lo cual continuaba con su silenciosa protesta contra la parca. Tuvo en cuenta todo eso y se acerco definitivamente hasta quedar a menos de un metro de el, no quería que durase demasiado, nadie merecía que una existencia como esa se prolongue más.
Cuando al fin se decidió a aparecer el hombre lanzo un grito, y ella se limitó a decir.
“Soy la muerte”
Pero la respuesta obtenida no sólo no fue la esperada, sino que nunca había escuchado esas palabras cuando alguien se le dirigía.
- Hacé lo que te plazca, no tengo nada por qué vivir -
Aquello si bien era cierto podía malinterpretarse. Si bien podía ser que no tuviera nada porque vivir, tampoco tenía alguna razón para acabar su existencia, alguna razón para hacerlo morir y que la agonía en que su andar por el mundo se había transformado.
¿Podía ser que luego de tantos siglos el momento hubiera llegado? Ella siempre pensó que seria uno de los grandes personajes de la historia…
Mientras la muerte estaba sumida en sus tribulaciones ese ser miraba fijamente a las vacías cuencas oculares de ese cadáver con toga negra que tenia en frente.
“Es cierto.” Dijo la parca pasado un rato “Sin embargo ven conmigo, te voy a enseñar un oficio.”
Y pasando alrededor de su hombro la mano en la que llevaba su hoz ambos abandonaron el cementerio y el mundo regido por el tiempo…

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