26 diciembre 2009

En la Lunera

Fumando, encerrada en sus cavilaciones se encontraba ella, hermosa a la luz cetrina del único foco útil de la habitación, mientras el humo azul escapaba a sus dedos, escurriendose furtivamente por la pequeña ventana que coronaba la cabecera de la cama. Demasiado calurosa era la noche, tanto que sintió la necesidad imperante de correr a la cocina, vaciarla de hielo y llenar el primer recipiente apto que encontrara. Todo eso se hizo con esa gracia que la caracterizaba, con su cómodo camisón de seda con flores rojas y azules bordadas en la guarda, de figura tierna a la luz vespertina, intimidante a la luz de la luna. Una luz que llenaba la habitación en esas noches donde la luna pierde todo pudor, y se alza desnuda al continente.

Con los hielos en la mano, subió sin esfuerzo el metro y medio que separaba la cama del piso, los tomó uno a uno, y luego de meterselos en la boca comenzó a frotárselos contra las sienes y la parte posterior del cuello, esa zona tan hermosa pero reservada para los pocos que fueron dignos de verla.

Una vez fresca, tranquila, libre del duro agobio de la humedad caliente que puebla las calles y balcones de Buenos Aires se sentó en la cama y me miró, con esa tibieza que con tanta soltura sabía llevar, demasiado natural en ella para no considerarla practicada en el través de los días. No puedo describir en este momento la paz, si un sentimiento al mismo tiempo tímido y voraz que invade y barre a los otros puede llamarse así, que se apoderó de mí. Es algo innoble aquello que no nos permite comunicar con entereza y especificidad una emoción de tal porte, con dimensiones insospechables que todos conocemos, pero nadie puede ilustrar.

Luego de sonreírse al ver mi cara, tomó mi cara entre sus manos, tan suaves y capaces de placeres ultraterrenales, y cerró los ojos. Tan tácita era la invitación de su frente a ser besada que no tuve tiempo para la duda, pues mis labios se posaron solos entre sus finas cejas y el oscuro cabello, ligero y reluciente.

Eternidades pudo haber durado, nadie lo sabe y no aparece en los anales de la historia, tal vez por su inocuidad, tal vez por que sigue sucediendo y todavía estamos en esa habitación, abrazados por el clima y en nosotros mismos, degustando aquello que guardamos y desechando lo que mostramos a los demás.

¿Quién sabe? Tal vez nunca sucedió.



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