11 diciembre 2009

Todos los honores

Un día encontré una niña y quedé admirado por su magnitud. Y fue tal la admiración, que aún hoy, siglos después no puedo salir de ella.
Al poco tiempo de conocerla decidí que nunca más dejaría de verla. Su soledad había provocado una cosa; esto era que resultaba ya inevitable mantener un contacto mayor con lo que no era ella, que consigo. Se mantenía todos los días dentro de sí, a veces no se animaba a cantar porque su silencio la había sometido anudando su garganta.

¡Necesito aceptarme! Gritaba humildemente mientras corría por un espacio oscuro.
Y al generalizar, entiendo al fin lo que es el encierro, de todas las cosas toleraba solamente una, ella.
No podía salir de su encierro y se entretenía imaginándose en un campo inmenso y luminoso, y cantaba a un público imaginario.
`La majestuosidad está poseyéndome! Todo lo de mí responde al minucioso esplendor de la majestuosidad. Quiero ser perfecta.” Me interrumpía.

Vivía en ella a millas de distancia de donde estamos todos. Había excavado tanto en sí, producto de la soledad, que el mundo parecía absolutamente incomprensible.

No era su intención ser egoísta, pero allí era donde había caído.

Hasta a veces se asustaba de su superioridad, muy lejos de darse cuenta que la evolución es algo bueno.
¡Ella crecía tan rápido!
El campo al que había entrado y al que aspiraba era tanto más alto se hallaba desorbitado.
Y la metamorfosis había también agudizado todos sus sentidos, no se alimentaba de los mismos alimentos que nosotros sino que todo lo que comía debía ser crudo, el sabor era respetado hasta su más minuciosa regla.

Los códigos que la regían eran otros. Había días en que parecía más simpática, y luego me dijo:

`Esos son los días en que mis ansias de conocer el mundo y relacionarme con todo lo de sí son inmensas
Y quedo exhausta, pues salgo tanto de mí para abarcar un poquito de la verdad de todos
Que al realizarse el día percibo que quizás me esforcé demasiado
Porque me mantuve incómoda el día completo.
Y finalmente anochece
Y encuentro una certeza que me dice que sólo puedo ser Yo cuando estoy sola. ´

Le pregunté qué sentía para darse cuenta que no estaba siendo ella, y qué era entonces.

`Mi pecho se oprime
Y me encuentro reaccionando como yo nunca lo haría.
Intentando defender mi Verdad
Sin comprender las otras ni que los otros me comprendan.
Caigo entonces en acciones mundanas que considero hirientes
Siento que la automaticidad se me apropia
Y no podría fundamentar ninguna de mis demostraciones.
(Que son demostraciones exactas, no son muestras, pues no puedo estar en mí cuando también debo estar en el otro. No entiendo por compartir más que ocupar mi lugar con otredades).
Y comienzo a estar tan lejos de mí
Que la angustia expande mi opresión y la intenifica
Y sin aire vengo corriendo a casa
Para no saber qué hacer con mi incomodidad
Y buscar todos los modos para volver a encender la esperanza.
Y allí comenzar a imaginar y a recitar, a cantar o a regar
a relajar mi cuerpo de su achicamiento
y volver a encontrar el bienestar sereno y pacífico.

Pues he de tolerarme pero no he de aceptarme
Pues creo en la perfección, a veces la siento. Es la sincronía.


Para mi sorpresa, nunca más la vi y hoy supe que la absorbió su verdad por tanto que la honraba y la enaltecía.

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