04 agosto 2010

Olivia, la de los trenes

Algún teléfono suena en el encierro de mi afuera. Ese gris pulmón tras mi ventana dispara el recuerdo: su primer navidad le trajo uno de plástico, pequeño y rojo. Olivia jamás volvió a ser libre, dicen. Yo pienso que nunca mas pudo dejar de serlo, incluso muchos envidiarían su vuelo si tan sólo pudiesen comprenderlo.


Sus únicos acompañantes en cada periplo eran un pequeño reloj de arena que alguien alguna vez había abandonado u olvidado en algún sitio, y una vieja foto, de algún viejo amor quizá, de su familia o de su mascota preferida, sólo ella lo sabe. Luego, sólo pelusas y polvo rellenan el vacío de sus bolsillos.


Su soledad sólo existía fuera de ella: no importaba la estación, el momento del día o las butacas disponibles; Olivia sólo se materializaba al cruzar los molinetes y subir al tren. Sólo en ese momento alcanzaba su plenitud física y espiritual. Sólo en ese momento es que lograba dibujar esa sonrisa interminable en su rostro. Era cuando la locomotora marchaba finalmente, cuando Olivia era Olivia.


Luego, lo único que llenaba su vida entre viaje y viaje era el dulce recuerdo de la experiencia reciente y esa incertidumbre traviesa de la que vendrá. Cuando el momento se acerca, las piernas agitan un baile incansable y el reloj de arena gira una y otra vez hasta que la calma del suelo comienza a quebrarse y entonces Olivia cierra los ojos y sonríe, y es Olivia una vez más. Y ya no cuenta estaciones, y no se pregunta cuánto faltará, porque para Olivia como para muchos que ya lo han descubierto, no importa el destino, sino sólo el viajar, para así, aunque fugazmente, ser.


mosquitero.wordpress.com

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