26 septiembre 2010

In-conclusiones

La necesidad como madre de las virtudes -o por lo menos de las urinarias- forzó la búsqueda a poco de caer el sol. Calle tras calle, los faroles iluminaban la mayoría de los recovecos con aspiraciones de mingitorio. Más allá de un arból el volquete de una obra a medio construir vislumbraba la esperanza de una vejiga a maltraer.
La paz intensamente anhelada parecía encontrar un territorio neutral donde establecerse, a escasos centímetros del cordón de la vereda.

Miró su reloj de pulsera, extrañamente en la muñeca derecha, contrariando a un número considerable de mortales que tenían por hábito ojear sobre la extremidad opuesta. Las 11. 17, ojeó por segunda vez. Sabía que dejarla clavada en una esquina, a su espera y merced, era uno de los deportes favoritos que practicaba casi sin esfuerzo alguno. Pero siempre -incluso cuando ella se mostraba ofendida y hastiada minutos antes por celular- ella cumplía llegando con una menta bañanada en chocolate, como excusa salvadora.
Esta vez los minutos pasaban pero ni noticias por la esquina habitual donde estelarmente, frágil y rígida (vaya ironía) aparecía.

Caliente. El vapor subía inmediatamente instantes después de que ese líquido amarillento rozará la superficie del pavimento...

1 comentario:

Lena dijo...

Tensión terrible y posterior descarga, placentera descarga che, me gustó.