06 octubre 2011

Plegaria de fuego

Todos los danzantes descalzados, hoy, esta noche, quieren arrancarse los pies. Bailan, sudan, festejan la noche como si fuera la última vez. La luna los guía, ellos se arrancan la cabeza con la música que entra y se rompe en diez mil látigos en una danza sin frenesí. Los colores son tan nítidos como sus rostros iluminados por las llamas de una fogata ubicada en el centro, que es el núcleo, que es la realidad. ¡El fuego! Se revolucionan, se sacan la ropa, giran alrededos, se convierten en bestias salvajes, sacudiéndose de adentro hacia afuera, y lo sacan todo, cada órgano, cada partícula; están rezando, están orando, se están confesando ante la fogata que promete ser su Dios del fuego, porque ellos creen en el fuego, fuego de la noche, de la Luna, del cielo, donde se esconde la verdad caliente, es decir, los antílopes guardianes, guardianes de la danza y el cuerpo. Se purifican, cada movimiento, por más suave o violento que sea, es una plegaria, un perdón, un renacimiento. ¡Miralos! Son casi monstruos, se rien con los músculos, se ríen con la carne, se ríen hasta con los pelos, y nunca se detienen, son cada vez más, la Luna los guía, parecen malditos. Esta noche, esta noche de este día, todos los danzantes descalzados están malditos por la música que sale cualquier lugar y los atravieza y los nutre, cual cosecha, miralos, son enormes semillas que crecen y crecen y crecen cada vez más gigantes, bestiales, entidades gigantes, pasa la noche y llegan al cielo, lo tocan con el cabello, sus cráneos rozan el cielo, pero ellos no lo ven, todos los danzante del mundo, reunidos hoy, bailan, sudan, festejan la noche como si fuera la última (o la primera) vez y no ven que ocurre allá arriba con sus cabezas sino que quieren arrancarse los pies en una danza sin frenesí.


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