13 julio 2009

Esta vez

Y allí seguía, acostada esta vez. Sus ojos escondidos entre los pliegues seguían siendo los mismos, lo mismo con su pelo. Sus manos, esta vez, se volvían más violetas con cada aguja, con cada golpe, con cada mínima caricia. Su piel ya no resistía más, lo mismo con su cabeza, lo mismo con sus piernas inmóviles. Ella acostada intentaba retener las palabras lanzadas al aire, las caras que entraban y salían de la habitación, pero le era casi imposible recordar su propio nombre. Durante el día no hacía otra cosa que dormir, mientras que por las noches la sangre dejaba de correr por sus venas, y el piso, las sábanas y las paredes se iban empapando de cierta sustancia colorada cuyo fluir solía mantenerla en pie, días anteriores.
La pared, esta vez blanca, seguía en el mismo lugar, día y noche. Un televisor inútil en una esquina, una silla, inútil también pues las visitas no eran algo de todos los días, y una cortina, que difícil saber qué habría del otro lado. El cartel en la puerta continuaba allí, el vidrio verde se volvía más verde, y esas personas de blanco seguían entrando y saliendo, observando cada movimiento suyo.
Todas las mañanas las sábanas debían ser cambiadas, al igual que la bata con el número 252 en su seno izquierdo, pues la sangre continuaba esparciéndose por las noches. Una vez amarrada a la cama gritaba hasta más no poder, hasta quedarse dormida, al fin, por el efecto de los sedantes y de todas las drogas que hacían que su mente se dispersara, se concentrara en lo verde y quedara ennegrecida en algún lugar.
Semanas de tediosa rutina; mujeres de blanco, rosa y celeste que entraban y salían; un poco de colorado por la noche, y blanco en la mañana.
Una tarde, cierto 28 de septiembre, comenzó a verse en movimiento. Una hilera de luces rectangulares sobre un cielo gris corrían sobre su cabeza maltratada. Pronto la hilera cesó, quedó detenida en una luz redonda amarillenta y escuchó el ruido de un cierre que se hacía más intenso a medida que se acercaba a su cara pálida. Sus párpados en la oscuridad se movían inquietos, buscando una respuesta. Parece ser que esta tarde, ni su pelo, ni sus ojos eran los mismos. Sus manos volvían al color blanco al que vuelven todas las manos; su cuerpo tieso se impregnaba de congelada brisa. Parece que esta vez, su mente se sosegó de sus memorias, y que ya nadie estaría allí para llorarla y verla caer. Esta vez, el fin había llegado.


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1 comentario:

Anónimo dijo...

Y es una de las formas seguir allí, una de tantas, no partir; sufrir...
La sustancia de la que todo se llena, se vacía; por los bordes... Y luego el aire se embebe en ella para ser consumido en un suspiro.
Las sábanas, camillas, batas, números, jeringas, drogas, números y más números hasta un 28 de septiembre...
Esta vez, como pocas otras, todo pareciera ser distinto: pobres violentos cabellos! ojos de ensueño!
Esta vez el tiempo ha caido en la cuenta que debe volver, que debiera, que debería...
Y así es el tiempo, hasta que la nada se vacía de recuerdos, de llantos, de caídas y la calma retorna a los pechos.
Pero esta vez, este tiempo ha marcado otro punto de inicio; el fin ha llegado!