28 julio 2009

Siempre creí que las mejores cosas suceden cuando la ciudad descansa. Y quizás por este motivo sea que siempre me resulto un tanto mágica. Imaginaba que las almas introvertidas, reprimidas, llenas de vida pero miedosas de la luz, escapaban del cuerpo de sus amos cuando estos reposaban en sus mullidas camas. Y entonces, exploraban el mundo, se libraban de las miradas torcidas de las personas y exhibían su esencia sin temor a nada. Salían en busca de la libertad que un cuerpo torpe y carente de sentido, les prohibía gozar y se divertían hasta explotar de alegría.
Estas almas abandonaban su danza celestial para regresar a ese cuerpo, y apagando la mirada, recordar con una sonrisa como resplandecieron hasta el amanecer…y lamentarse también por no tener el valor suficiente para abandonar esa triste vida que daban cuenta tener…por no tener el coraje suficiente para escapar detrás de aquel ángel que aquella noche habían conocido…por no ser quien soñaron ser alguna vez.
Y ahí están, vagando entre la gente, entre el montón, esperando ingenuamente a que un ser las capture y la lleve a su guarida, salvándolas de esa prisión de la que no pueden escapar…flotando desorientadas a la espera de la luz de las estrellas, esa luz que las desnudó y las hizo sentir especiales al menos por unas horas, al menos hasta el alba.

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