28 noviembre 2009

Zahir

Es un tanto complicado explicar, por lo menos desde la posición en la que estoy hoy, cuál es la verdadera razón de lo que voy a hacer ahora, 27 de noviembre, y cómo es que me sentí la primera vez que lo presencié. Aunque, quisiera aclarar, ese primer encuentro no tuvo, realmente, mayor repercusión en mí que la que sí ocasionaron las siguientes visitas, o para ser más exactos, las siguientes vistas. Éstas, me conmovieron como a quien observa un color indefinible, o un objeto con aspecto extraño, por lo menos comparado con las sensaciones que hasta esos días me habían atravesado. De haber tenido yo con anterioridad cierto encuentro semejante por lo menos en alguna de las cualidades del fenómeno al que me refiero, habría podido reaccionar de manera más precisa, o tal vez sería más fácil extender sobre este papel las características de lo sucedido.Intentaré adentrar con mayor especificidad a quien esté leyendo esto hacia la profundidad del asunto en cuestión. Primeramente, quiero caracterizar el primer encuentro. No sucedió por casualidad. Con esta afirmación quiero expulsar la idea, que aún revolotea entre mis neuronas, de que no existió en ese momento, ni en ningún otro, cierta conexión fenoménica entre mi persona y ese dibujo. Que no haya sucedido por casualidad brinda la posibilidad de pensar que haya sucedido por obra de algo. La trillada palabra “algo” no quiero que sea entendida con algún concepto que podría surgir de quienes son devotos a ciertas religiones o a algún tipo de filosofía "platónica" o idealista... Simplemente, sucedió por algo, algo que no quiere o no puede ser nombrado. Aunque creo que es mejor plantearlo al revés. Digo entonces que no es cierto que hayan solamente aparecido en mi vida estos encuentros y luego se convirtieron en recuerdo y nada más que eso. No... Desde la primera vez, o en forma más clara desde la segunda, que ví ese dibujo, no dejé de pensar en él. Cuando volvía a mi imaginación su forma, su color, sus vueltas, era mucho más que un recuerdo. Me transformaba cada vez en un ser sumiso a su autoridad, a su voluntad, aunque tal vez dicha voluntad fuera inexistente, por ser un simple objeto inanimado. Intenté inútilmente buscar las causas de tal asombrosa atracción que sentía hacia todo lo referido a él. En vano escarbé en mí alguna referencia pasado a algo semejante. Luego de presenciar su furtiva y eficaz atracción, tuve la suerte de poseerlo. Digo suerte, en el sentido ambiguo o indefinido de la palabra, no hablo de buena suerte. Al poseerlo, al tenerlo a mi alcance, fueron incontables las veces que lo posé frente a mí para investigarlo, para tratar de entender cuál era el truco, cuál era la fuente de tal atracción. Cada día lo observaba desde cada ángulo posible, girándolo sobre sí mismo, o mirándolo a contraluz, o con una luz tenue, a veces en la oscuridad. Lo llevaba conmigo a cada lado al que iba. De noche, cuando por fin lograba dejar de pensar en él, duraba poco el tiempo en que realmente estaba liberado de su voluntad. Bastaba con pensar en lo bien que me sentía de no estar pensando en eso, para que me inundara de nuevo con su imagen.Me estremecía al darme cuenta que ni en mis sueños me dejaba en paz, que ni siquiera en ese mundo mágico podía yo estar tranquilo, pensar en cualquier otra cosa o simplemente olvidarme de él por unos instantes. Estos sueños no eran, para ser específico, pesadillas. Eran, más bien, de ese tipo de sueños sobre los que se piensa, al momento en que dejaron de ser soñados, que se tiene completo control de los hechos que suceden dentro de él. La diferencia es que, luego de varias semanas de tener esas visiones, el convencimiento de que no era yo quien controlaba mis sueños y que sí estaban bajo el influjo de ese extraño dibujo, fue encerrándome con mayor frecuencia en una especie de alienación, esperando que llegue el día en que deje por fin de pensar en él, esperando y simplemente esperando. Esta espera, luego de tantas semanas me fue arrastrando, mientas me sedaba aquél dibujo con su imagen, hacia una profundidad de sentimientos que apenas me atrevo a mencionar.
Después de mucho tiempo de estar así, no sé realmente en qué parte de la línea del tiempo sucedió (pues hoy no recuerdo ni siquiera la manera en que se cuentan las horas), creí encontrar la mejor vía para deshacerme de su embrujo. Casi sin controlar mis manos, lo tomé de mi escritorio y lo destruí. Esta acción no hizo más que provocarme una inmensa tristeza: ahí estaba yo, con su cadáver en la mano, con una sonrisa diabólica, con expresión de triunfo, con una chispa pequeña de alegría al pensar que era libre… pero con una inmensa tristeza.
Me quedé unos segundos, o minutos, o tal vez días, observando el cadáver entre mis dedos huesudos. Sin darme cuenta me introduje en un abismal sentimiento de dolor. Lo extrañaba. Sí, eso era. Lo extrañaba. Y ese remordimiento entonces surgido creó a mi alrededor una prisión, hecha de barrotes irrompibles. Lentamente comencé a olvidar cosas, a pensar frenéticamente ideas absurdas, a intentar acelerar mis dedos a la velocidad a la que mi cabeza volaba, a buscar aquél color que apareció un día en mi vida y nunca pude olvidar. Pasaron noches en las que no dormía, pensando en mi maldita situación: había destruido aquello que me llenaba, aquello en lo que pensaba cada día, cada momento y cada segundo en los que mi existencia tenía un sentido.
Intenté creer que no fue cierto, que en realidad ese momento había sido un sueño, o algún mecanismo mental para convencerme de pensar que ya no tendría más su imagen frente a mí. Entonces busqué de nuevo ese dibujo, hasta cansarme. Mi consciencia me reprochaba no estar buscando en los lugares correctos, y mi inconsciente me alentaba más y más a seguir con esa estúpida búsqueda. Hablo de consciencia e inconciencia para que mi estado sea o más gráfica y lo menos ilegible posible, pero no quiero acercarme a estos temas de psicoanálisis.
En fin, termino estas palabras, describiendo un poco mi situación actual. Y prefiero saltearme del relato las nimiedades intermedias, ya que no posean relevancia alguna entre mis encuentros con el dibujo, su destrucción y mi situación actual. Hoy, 27 de noviembre de 1898, estoy en la esquina noroeste de la torre principal de la iglesia de Liechtenstein, a punto de dejar estos papeles en un sobre para que sean llevados a quienes corresponde. Hoy, 27 de noviembre, cumplo 37 años de vida, de los cuales 17 fueron de una inconcebible guerra conmigo mismo para frenar los impulsos desde cada lado de mi ser, para frenar la necesidad de ver ese dibujo, con la astuta y voluntaria falta de memoria que cada día intentaba borrarme lo que me quedaba de él. Es así, ya no quiero ni poseerlo, ni pensarlo, ni olvidarme. Este punto de mi vida se ha tornado imposible de continuar. Hoy, 27 de noviembre, el patio frontal de esta iglesia estará teñido de mi color favorito, el rojo.


(PD: no lo rompí)








http://manosdemarfil.blogspot.com/

2 comentarios:

Lena - Cocotúoc dijo...

Usted es de los que se paran en la vereda de enfrete y desde una perspectiva nueva agarran y ahí reinventan la realidad.

Lo extrañamos, Román.

Román dijo...

yeah, estoy en la vereda de enfrente, tomando un impulso. el 2 de enero, si no estoy en bariloche, estaré en evohéfest, os prometo.