06 diciembre 2009

Así muere alguien...

Un mullido colchón. Un futuro cadaver sobre él. Por la debilidad del moribundo, éste no hace presión sobre el colchón. En esa gran habitación, tres personas le hacen compañía. Una bella mujer se encuentra sentada a su lado, incapaz de contener las lágrimas. Dos grandes amistades se encuentran parados cerca de la puerta, inseguros de acercarse sintiendo la escena tan ajena. El hombre moribundo está agotado, se siente a sí mismo debil.
Un calor se expande por su cuerpo desde los huesos. Un suspiro de incómoda molestia escapa por su boca. El extremo de sus brazos se tensa. Los pequeños huesos de sus dedos arden y astillan. Su vista se confunde, no distingue nada a su alrededor. Las uñas se engrosan y extienden cual garras. La boca se abre, mucho se abre. El aún sostenido suspiro se torna en grito de agonía. La mandibula se desprende del craneo.
Los dientes crecen desmedidos y afilados todos. Los dedos se separan entre sí. Un cuero se extiende desde debajo de los brazos. Ese cuero se seca y cortajea pronto. Todo el cuerpo es cubierto por pelos. Las fauces aún más abiertas convierten el grito en un infernal alarido. Las costillas parecen explotar. La caja torácica se expande y contrae. Mientras, el eterno alarido sigue sustrayendo aire de sus pulmones. Tal alarido se torna en chillido.
El cuerpo se consume.
La mujer se atreve a mirarlo a los ojos y no soporta más el llanto. Llora desconsoladamente al ver el pasivo rostro con una mirada perdida. Ella cae de rodillas junto a la cama. Los hombres se apuran a auxiliarla, con lágrimas liberándose de esos ojos. Cada uno se sostiene agarrando un hombro de la mujer. Ella encamina sus lágrimas al hombro de su muerto amor, con una mano en la fría nuca y otra mano en los fríos dedos que quedaron extendidos en busca de ellos tres.

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