17 diciembre 2009

Escrito VIII

Bailaremos una Luna.
Me suspenderás en el cielo con un golpe leve en el vientre, y así, regalare abrazos a mansalva, extenderé tres manos, plantare un árbol de licores, sudare melodías largas, aullare por otro encuentro, y también vomitare esos cantos que paralelamente distantes nos crucificaron en un paraíso de muñecas rusas.
¿Crucificaron?

Es un circulo de vicios y no vicioso, en donde retomaremos la escena en que se amalgamaban las lagrimas y otra vez volveré en un vagón lóbrego, en crudos lapsos de tres unidades, fantaseando los porque de tu gloriosa paranoia.
No me alces en tu divinidad; si ahora me encuentro en la noche en un banco disgustando un café casi interfecto, es por falta de creencia; un lánguido soplido del viento en una hoja, un escurrido pasillo de jadeos sobrios, adecuadas situaciones de latidos y encantos.

¡Levanta una torre de naipes sinceros! De a pares es mejor cuando uno es par. Y cuando la torre se declare triunfante y este sutilmente soñada, desabotóname el pelo y regálale trenzas a mi blusa, que quiero afinar bien en el almuerzo con la cuarta dimensión de los Mayas, deleitando un suculento escabeche de faisán.


Sal y whiskey sobre el labio.



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