28 diciembre 2009

Más abajo, flores amarillas (posible primer capítulo)

Creo pertinente aclarar que el siguiente texto está sujeto a modificaciones, y que de alguna manera dará inicio a una novela que estoy tratando escribir y que finalizaré algún día si Nietzsche quiere.



Fue en el punto de ese instante en que el tiempo decidió congelarse o hacerse de cartón, que para el caso es lo mismo, en que Franco comenzó a sentirse parte de una puesta en escena eterna, siendo la eternidad la única concebible por un ser humano: la vida que tarda en morir. Desde ese momento y hasta que sus veintiún gramos de nadie-sabe-qué decidan irse quién-sabe-adónde, recordará, casi puntualmente, todas las mañanas, el comienzo de la tragedia o drama o comedia o lo que sea que esto fuere si lo es. El sabor a cobre en la boca, ése tan de sábado o domingo, causado por la sana costumbre de perder la conciencia una o dos veces a la semana con amigos, pequeñas-grandes libertades que se concedían el uno al otro, el otro al uno; el nudo agarrado de manera casi parasitaria a su espalda, llegando al omoplato derecho y, por supuesto, la frialdad de esa piel, no la suya ahora -la suya estaba tan caliente aún-, sino la de ella, y su pelo, lo único que todavía podía suponerse vivo, demasiado brilloso y prolijamente peinado como para ser el de alguien que esté durmiendo, hecho que facilita la conjetura de que la muerte había sucedido a pocos minutos de haberse acostado o dormido, que no es lo mismo, no, pues si la muerte ocurrió cuando ella todavía estaba despierta probablemente habría signos o rastros de sufrimiento, pero debe uno automáticamente remitirse al recién peinado cabello como prueba inescrutable de que el sufrimiento no había pasado por esos pagos esa mañana. Si el ser humano que estaba dejando de serlo para ser tan sólo un cuerpo, un conjunto de inoperantes órganos y nada más, hubiese sufrido, probablemente habría tenido reacciones o movimientos acusables o presumibles de convulsión, que le hubiesen despeinado. Y despertate, amor, que me estás asustando, y no, no, no, y lo gritaré mil veces si mi alma no se quiebra antes al intentar pasar por mis cuerdas vocales, si el desgarro, entonces el desgarro y despertate, amor, no me hagas esto, acusación, siempre una a mano, as en la manga, Y qué voy a hacer sin vos, y la culpa en lo inmediato, y ahí es donde falla la memoria ¿Fue en lo inmediato o fue al mismo tiempo? Hay cuantiosas probabilidades de que haya sido una armonía de tres acordes: le desesperación, la acusación y la culpa. Fue mi culpa, no debí irme de acá, pero qué ridículo, y eso sí lo pensaría después, mucho después, que haya estado yo acá daba lo mismo, pero lo cierto es que me queda esto: un bello cuerpo de cera, homenaje a lo que antes fue una mujer, y qué mujer, si fuiste la mejor, sin dudarlo digo: fuiste la mejor, y yo acá, amando algo que ya no es, algo que ya no más, que sólo un ideal ahora, un recuerdo, un paquete de recuerdos que te harán vivir. Aromas, sonidos y todo lo demás, porque ahora ella es un montón de cosas, una pila de cosas, menos ella, porque las personas reencarnan en un cepillo de dientes, en una taza, en ciento treinta y cinco o veintinueve discos, en la silla en que se sentaban, y Mingus ahora se llama Julia, y Jarrett y Petrucciani, Y cómo doblabas la puntita de la media por encima del meñique para calzarte, y me río, todavía me río de eso, porque te amo ¿Y vos, me seguís amando? En todo eso piensa Franco al despertarse y mirar por esa ventana que da al fondo, a tomar mate, amargo, de qué otra manera si no.


1 comentario:

Nicolás dijo...

Me gustó el ritmo, como va creciendo, poniéndose cada vez más frenético, caótico, y después vuelve a bajar. me gusta para el inicio de una novela, me hizo acordar en partes a rayuela y en partes a sobre héroes y tumbas, me gustaría leer a ver como progresa, de mi parte le pongo fichas, y muchas.