29 diciembre 2009

Puchero

El pasillo largo estaba igual que siempre.
Golpeé.
La puerta interna de la casa se abrió y apareció la cara sorprendida de Abuela-padre,
de abuela -(difunto)-padre.
La casa estaba en frente de mi ex -escuela,
de mi primaria ex -escuela;
pero además de la calle y un poco de vereda,
la casa siempre estuvo separada del resto por ese pasillo -largo-.


Nos veíamos poco; cada cinco o seis meses.

II

Traspasé la puerta.

Mientras me invitaba a tomar un café yo le decía que tenía solo media hora;
ella entremedio me decía que no importaba, y a su vez movía un sillón de lugar y acomodaba unas revista de la mesa y me presentaba a un tipo- que era su hermano- y que se iba a jugar el 25, 14, y 22 a la Quiniela.

El 22,
el loco,
el número que odiaba mi viejo. Pensé.

Beso seco y salté los tres escalones que nos llevaban a la cocina,
No los bajé los salté.

Mientras la pava hervía- o esperábamos que hirviera-
miré por la ventana al patio.
Se resolvieron pocas cosas,
y me subió como un nudito entre las sienes y la garganta;
apreté dos instantes los dientes
y salvé la tensión preguntando por unos perros.
(me sirvió a mi la pregunta).

El café fue espeso y sobre-dulzón.
Abuela-Padre me contó muchas cosas,
cosas que nunca había contado:
de su madre,
de sus tíos,
de la granja improvista,
de la hipoteca perdida;
de porqué había dejado sus estudios -secundarios-,
su lento aprendizaje de la cocina,
su amor incondicional por Abuelo-Padre.
De su padre, también habló de su padre: las matemáticas, las mujeres, los negocios.

Hablamos cuarenta minutos,
yo llegué tarde.

Mientras me levantaba nombró a la muerte.
Dijo algo de mi prima que hacía casi dos años se había suicidado.
“nadie sabe porqué lo hizo” dijo;
y yo asentí con la cabeza de espalda al patio.

La cocina transpiraba por la olla ondeando que no hacia ruido todavía.

Miré el reloj y la borra de café acabado.

Miré de nuevo el reloj y en menos de cinco minutos abandoné la casa.





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