Se sintió bien alguna vez. No había sido de plástico barato de cotillón. No estaba agarrado por detrás de la nuca con una simple gomita. Tenía la forma justa y abrazaba el rostro entero. Pero, hace un tiempo, la goma se viene derritiendo en verano y aferrando al indefenso cutis. Ese material, asqueroso en tal estado, se ha ido colando por los poros de la piel. Los inviernos sólo ayudaron a que el material se perpetúe en su posición.
Siempre es posible llevar las manos a la cara y retirarla pero, conforme se retrasa tal acción, mayor sería el esfuerzo. Mientras tanto, vivimos una vida ajena perteneciente a nadie. Si, por ventura y sin muchas vueltas, lográmos librarnos de una pronto seremos vistos con otra para “proteger” la vulnerable piel. Y con el tiempo será absurdo en sí proponerse alguna vez lograr mostrar el rostro ya que para entonces estara quemado, curtido, seco, herido, desfigurado.
Estará desfigurado nuestro querido y desconocido rostro (sí, desconocido para nosotros mismos). Y no es cuestión de sentir lástima, ni por ellos ni por nosotros mismos. Ocurrió una vez hace mucho tiempo, por mano de algún otro. Inicialmente creímos que ese era nuestro propio rostro y solo una parte de nosotros logró descubrir que no lo era. Pero, tristemente, la mayoría toma siempre la decisión de dejarla ser y es entonces que se incorpora a nosotros. Muchos de esos, más tarde, se dan cuenta de que es demasiado el esfuerzo de retirarla y se resignan.
1 comentario:
Brillantemente escrito, me quedo con ganas de más. Es muy cierto eso de que ni uno mismo conoce su propio rostro, tanto en el nivel metafísico (esto es: la esencia) como en el físico (uno nunca verá su verdadera cara, sólo su representación en espejos o fotos).
Y tema aparte: no sé si lo notaste pero la evolución que desarrollan algunos autores (incluyéndote) que frecuentan publicar en Evohé es verdaderamente notable. Me voy a tener que poner las pilas...
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