28 diciembre 2009

Una naturaleza propia nuestra

Se sintió bien alguna vez. No había sido de plástico barato de cotillón. No estaba agarrado por detrás de la nuca con una simple gomita. Tenía la forma justa y abrazaba el rostro entero. Pero, hace un tiempo, la goma se viene derritiendo en verano y aferrando al indefenso cutis. Ese material, asqueroso en tal estado, se ha ido colando por los poros de la piel. Los inviernos sólo ayudaron a que el material se perpetúe en su posición.
Siempre es posible llevar las manos a la cara y retirarla pero, conforme se retrasa tal acción, mayor sería el esfuerzo. Mientras tanto, vivimos una vida ajena perteneciente a nadie. Si, por ventura y sin muchas vueltas, lográmos librarnos de una pronto seremos vistos con otra para “proteger” la vulnerable piel. Y con el tiempo será absurdo en sí proponerse alguna vez lograr mostrar el rostro ya que para entonces estara quemado, curtido, seco, herido, desfigurado.
Estará desfigurado nuestro querido y desconocido rostro (sí, desconocido para nosotros mismos). Y no es cuestión de sentir lástima, ni por ellos ni por nosotros mismos. Ocurrió una vez hace mucho tiempo, por mano de algún otro. Inicialmente creímos que ese era nuestro propio rostro y solo una parte de nosotros logró descubrir que no lo era. Pero, tristemente, la mayoría toma siempre la decisión de dejarla ser y es entonces que se incorpora a nosotros. Muchos de esos, más tarde, se dan cuenta de que es demasiado el esfuerzo de retirarla y se resignan.

1 comentario:

Freddie dijo...

Brillantemente escrito, me quedo con ganas de más. Es muy cierto eso de que ni uno mismo conoce su propio rostro, tanto en el nivel metafísico (esto es: la esencia) como en el físico (uno nunca verá su verdadera cara, sólo su representación en espejos o fotos).
Y tema aparte: no sé si lo notaste pero la evolución que desarrollan algunos autores (incluyéndote) que frecuentan publicar en Evohé es verdaderamente notable. Me voy a tener que poner las pilas...