Pude recordar, entre aquellos gritos ahogados y poca lucidez, el pastito verde de la casa de mi abuela. Me alejé de las torturas, los gritos... me alejé del tormento. Corría por aquel pueblo llamado Anhedonia, besando mujeres que nunca olvidaré por su escote prominente. En éste recuerdo, era un niño, un niño capaz de hacer todo. Cómo me encantaba volar por los aires en esa hamaca, viendo el cielo flotar en suspención silenciosa, mientras el mundo seguía girando en el drástico "Perdón" de los años 60's. El recuerdo terminó cuando empecé a sentir muy fuerte la sesión de tortura: La picana, la morza, la radio a todo volumen,y el agua que se filtra entre mis ojos. Mi esperanza terminó cuando dejé de sentir las piernas.
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1 comentario:
Es el problema con los slogan que tanta justicia le hacen a la causa. Por suerte se repiten mucho, aunque este en particular debiera repetirse aún más.
Y VOS, VOS, cada vez escribiendo mejor.
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