29 marzo 2010

Anecdotario por un sobrino

Hay un tío enfermo, desquiciado
no es el mío y no me acuerdo cómo se llama
sé que se volvió loco y que en uno de sus viajes
para robarle lo golpearon tanto que varios días anduvo sin sentir la piernas.
Y andaba, sí, en una silla de ruedas creo
o andaba en una camilla de hospital
osea que capaz no andaba nada.

Pero lo más probable es que sí haya andado con las piernas muertas
porque sé que después de un tiempo de andar sin piernas
se fue a un bosque de árboles secos y armó campamento,
comió unos hongos y encedió cuatro velas
a fin de que se consumieran y morir,
morir quemado y drogado.

El problema fue cuando el fuego empezó a arderle en la piel y en las piernas,
cuando el fuego le resucitó las piernas y las ganas de no morir.
Esta imagen me enternece:
el tío se arrastro fuera de la carpa como pudo
se sacó el fuego de encima con tierra y escupitajos
y despacio, de a pasos lentos y entorpecidos,
se sustrajo de la muerte que se incendió a sus espaldas.

Ahora de vez en cuando puedo verlo en bicicleta.
Va a comprarle merca a uno que vive cerca de casa,
el tío pasa y toca la bocina de su bici, me saluda con la mano
y sonríe con toda la cara, una sonrisa que me desespera
lo saludo tío, y su sonrisa se ensancha porque sabemos que no es mi tío
y que no hay forma diferente de llamarlo
como que no tiene nombre.

Cuando estaba en las selvas del Brasil y pensábamos que había muerto
una tarde nos llegó una carta de él con una foto escrita al dorso.
Esa era toda la carta, la letra ilegible.
Su rostro también, sonrisa enferma y desfigurada de pocos dientes,
pelado pero con un mechón rubio que le cubría un ojo,
y el otro ojo celeste atravesado de sangre nos miraba como aislado del cuerpo,
como si el ojo estuviera solo, colgado de un hilo
y el resto de la cara fuera nada más que un fondo mudo con sonrisa,
un mensaje indescifrable escrito con lápiz negro.

Y en eso mi viejo me cuenta que de chicos,
cuando una vez viajaron con el tío al sur
un camionero les robó todo y los tiró así en el medio del desierto.
Así, en pelotas, dice mi viejo, no nos dejó ni mi cuchillo de mango de marfil.
Yo el cuchillo se lo veo en los ojos
los ojos de aventuras apolilladas de mi papá.

Esa noche en el desierto él y el tío, que no es su hermano,
durmieron al costado de la ruta con almohadas hechas de polvo
y a la mañana siguiente el tío se despertó con un párpado hinchado
que para el mediodía ya le obstruía la vista de un ojo.
El tío sufría dolores insoportables en todo el cuerpo y el alma
mi viejo lo sabía por las lágrimas que caían desde el ojo que no se podía ver.

La misma noche del día de las historias nos reunimos casi todos los sobrinos
a que yo cuente las aventuras desempolvadas de nuestro tío muerto.
Habíamos bajado las persianas para que apenas entre una luz naranja
que ilumine la sonrisa en la foto del tío agarrada con una chinche a la pared.
Yo estaba en el colchón cuando alguien me dijo que me quede quieto,
que no haga más ruido, que había alguien detrás de la ventana y sí,
podía verse la silueta que hacía sombra en la luz naranja. Enseguida supe,
pero solo cuando escuché la bocina me permití estar feliz.
Era él, no estaba muerto como en la foto.

Como dos meses después, iba yo en bici y veo la suya apoyada en la puerta de una farmacia
(su bicicleta era muy identificable, pintada de rojo y la bocina
agarrada en el centro del manubrio)
entonces me paré en la puerta, al lado de la bici, a esperar a que salga.
Mientras, lo veía hacer fila desde la vidriera de la farmacia y era tan tierno
verlo concentrado en el papel que tenía en la mano, que debía ser una receta,
sumido por completo en la tarea absurda de leer una receta.

Hasta que cuando lo estaban por atender entró en pánico de repente
se tiró al suelo y empezó a gritar y a babearse, alguien le puso una billetera en la boca
yo entré corriendo y comenté, confundido, que el tío no era epiléptico
que lo dejemos, que se le iba a pasar, que busquen los remedios del papel.
Por supuesto que a nadie le importó lo que yo diga,
llegó una ambulancia y se llevó al tío inconsciente.

Después de eso muchas veces lo vi cruzar por casa para ir a lo del tranza,
muchas veces vino a nuestro cuarto de la persiana baja a invitarnos a fumar
a regalarnos fotos o libros viejos escritos con pluma.
Muchas veces vi su bicicleta apoyada en paredones que no supe descifrar,
muchas veces desapareció y volvió a aparecer.
Hoy harán unos dos años que nadie lo ve,
que todos volvemos a pensar que está muerto sin saber cómo lo sabemos.
Como si su ausencia nos convenciera de una muerte.
Lo cierto es que el tío viaja, el tío va y vuelve mientras quienes mueren acá
hasta lo que yo sé jamás volvieron.

2 comentarios:

Tu Sol sigo a Roetana. dijo...

Ah no, te fuiste al último carajo del último navio barco. Ese poema/cuento/relato/coso podría haber estado tranquilamente en final de juego, que pues yo ni me daba cuenta que no era de Julio. Te felicito, FLACO.



Agustina.

Facundo dijo...

Muy bueno.