22 marzo 2010

Breviario de sugerencias útiles para un correcto suicidio.

Quitarse la vida no es una tarea fácil ni que deba tomarse a la ligera, por lo que es recomendable tener en cuenta ciertos aspectos que conducirán a un final tan certero como digno.

Los antiguos, con esa sabiduría que por momentos es rescatada -aunque la modernidad se haya encargado de sepultar con énfasis- hicieron de este acto sublime un arte, una actividad que por ser única e irrepetible (a menos que la torpeza, inseguridad o falsa decisión de la entidad autónoma que realice la acción desvié al mismo de su objetivo) merece un trato especial.

La depresión es uno de los caminos más directos y contundentes a la hora de elegir acabar con nuestra existencia; porque el suicidio será, ante todo, una decisión propia de las voluntades más férreas, de los espíritus menos propensos a las falsas dádivas, de aquellos que rechazan la esperanza como virtud del esclavo, que repelen las promesas de prosperidad desterradas, los lechos eternos de un oasis ultramundano.

Quizás, porque cada uno tiene responsabilidad por sus acciones y deseos, la opción más acertada para estos “cuadros” -eufemismo técnico que minimiza la carga emotiva de sinsabores- sea la ingesta de fármacos. Si, la sencillez y elegancia de finiquitar los pulsos, las inhalaciones, las ansiedades y pesares con altivez, pero sin pedantería, con poética exhalación de males no superados acompañados previamente por copas de etílica mordacidad.



Dicen que los machos de la especie humana (comúnmente denominados varones) prefieren los métodos violentos para fulminar sus hálitos de vida. En este caso, las armas de fuego llevan la delantera y lideran el podio de artilugios propicios y efectivos en estos menesteres.

Hasta en el último segundo, la masculinidad debe estar definida en la mayoría de los casos, más allá de la sexualidad ejercida.


Los pasionales, aquellos -incluyo a las féminas, a pesar del genérico- que desbordan testosterona e ideas de amor irrefrenable, son más proclives a los filos: navajas, cuchillos, puñaladas… Estocadas directas al corazón; primero del amante, luego el propio.

Vías de tren, autopistas, terrazas de edificios y circunstancias extremas son propias de los desbordados, de aquellas mentes que sufrieron el impacto de la realidad más cruda, esa que no filtra contenido por medio de una pantalla, un monitor o un parlante. Son los que no soportan la pérdida inmediata, un despido tras largos años de encarcelamiento arancelado o un fracaso comercial; los desahuciados sanitarios llevan la delantera. Son esas personas que el resto de los mortales (vivos y coleantes) imprecarían cuando interrumpen la circulación de los servicios de transporte y vehículos particulares al arrojarse sin previo aviso al medio de las vías o de la avenida, encima en horario pico.

Tiempo atrás quedaron las épocas sublimes de la cicuta, del órdago y el veneno de escorpión. Post revolución francesa el reloj exige inmediatez y celeridad, efectividad y resultados que engrosen las estadísticas del sistema.

Por lo demás -eso que más importa, o no- para algunos pocos la muerte es ese instante tan delicado como especial, ese telón que al bajar da por concluida la función principal. La única.

1 comentario:

Lena dijo...

Lo mórbido es tan burdo en nuestra posmodernidad. ¡Exijo el destierro de la racionalidad irracional superflua y minimalista! Fuera los flamencos rosados de nuestros living-rooms