01 marzo 2010

Pasaje terrible

Más solitaria que el resto de las almas que habitaban la casa fue desprendida del lugar donde su amante escenificaba celos. Ya cansada de ser ama de llaves de cuanto chanchullo sobreviniera por el hogar se dio a la fuga por todos los pasillos. Fue alcanzada por el odio, por la mentira, la rencorosa mentira, que, cual si de Venecia se tratase, la llevo en góndola por todo lo que uno, humano, hueso, piel de violín gastado, no desea nunca encontrar en los recovecos de la vida.  No queda entonces, mientras agoniza de placer, lo suficientemente claro cómo ha matado a su marido. Lo cierto es que su amante, el único, ese, de las riñas en el bosque, la lleva manos al cuello, por caminos terribles, oscuros, y posiblemente más ciertos que cualquier otro hombre en su vida, o sea su esposo, o sea la tristeza, o sea nunca más nadie en ninguna parte.
 Cierra la novela. Mira a su esposo, y se pregunta por qué no fue otra cosa en vez de esposa. Como heroína suicida, o escritora de ficciones.
 La casa es grande. Los libros muchos. Los gatos se pierden por la escalera. Duermen rápido, las decepciones los hacen dormir.

1 comentario:

Lena dijo...

Tantas copias de Doris Day preguntándose lo mismo en este mundo de pos (muy pos) guerra.
Esssselennnnte.