No he vuelto de mi pequeña muerte para contarte que sabor tiene la tierra húmeda. No he nacido a la lágrima, a las acuarelas en la lluvia. Estoy reventando paredes como puedo; las veo temblar, y las veré ceder. Silencio. Silencio lleno y silencio vacío. A mi me arroban los silencios llenos de ecos, como si los planetas, las piedras, los hechos, todo, suspirara ahogadamente. El universo es entonces como el cadáver de dios, es el cuerpo de un dios ausente, o un dios dormido que está pensando en otra cosa (libélulas, drogas, manzanos, en la diosa que lo abandonó a su suerte) y que probablemente sufra, también, y sufra a partir de sus más ínfimas células, nosotros, vos y yo, cualquier migaja. Lo que es seguro es que el dolor concreto no se calma con abstracciones. Pero, si sigo amplificando los ecos (como un espejo humeante) y si las paredes se vuelven más amarillas, y si caen, y caen con ellas los otoños, todos juntos… puede que alguien se despierte, y me cuente que soñó conmigo al final de su larga, larguísima, siesta milenaria.
http://paranoiaperfecta.
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3 comentarios:
Dale, sonreú ahora.
Murmullo desesperante y tan sentido. Se me vuela la mente y tenés razón en una cosa, que sufrimos con las células, hasta las más miniatura. ¿No es eso sorprendente y trágico? En fin.
Alguien se ha despertado de su larguísima siesta y ha soñado con vos. Yo lo conozco.
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