Eras la reliquia del otoño.

Cuando caminás por la calle, saco rojo
y un tajo en el jean viejo a la altura de la rodilla
y estás llena de miedo y de incertidumbre
y cortás un jazmín de algún jardín ajeno
y está lleno de mariposas que dan su último atisbo de vida
no hay más remedio que aceptar el otoño,
esa especie de filtro anaranjado
que te hiela las manos y obliga a ponerlas en los bolsillos
y fumás como un escuerzo porque todos los trenes se han ido
con la cara hinchada de llanto
llegás a ninguna parte, no da el sol,
apretás un poquito más la bufanda al cuello
te proponés volver a casa, escuchar alguna canción suelta,
pero todo es en vano, salvo comprar dulce de leche,
(La Serenísima estilo Colonial)
pensar en que a muchos poetas les falta un respiro de vida
algo así como dejar la solemnidad y recurrir al humor
pensás también en cuestiones eternamente irresueltas
y que jamás se resolverán
y tirás el jazmín a la mierda
para sentarte en el cordón de la vereda a llorar con la cara entre las manos
y los mocos colgando
hasta que tu amiga te ve y corre para abrazarte y decirte
dejate de joder piba, va a estar todo bien.
Dejás de llorar, te limpiás la nariz,
sólo a manera de agradecimiento por tan cálido estrujón,
todo sigue siendo lo mismo,
because, you know, it keeps on in my head
insoportablemente siempre adentro de mi cabeza
como una voz lejana que repite esquizofrénica
“Oh, Santo Cielo, siempre adentro de mi cabeza”
aún cuando la luz y la sombra resplandezcan
y las hojas se acumulen en la vereda para que yo las pise
las patee y salte sobre ellas con el sólo móvil
de escuchar su crujido intenso,
su murmullo de otoño.



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