En un instante crece el rectilíneo edificio de nuestro descontento,
cada vez que afuera un perro ladra al inaugural rugido de la calle.
Y mi alma, pájaro azorado y leve, no quiere descansar y borronearse
la vida servida en un desengaño de derechos.
Yo me niego a esta libertad,
yo me arrojo cantando contra el incendio,
en un instante la tarde ruge sobre las sepulturas,
y en nuestro esqueleto baldío puede sentirse algo...
un algo atroz...
una horrible expectativa.
y los transeúntes se aterran al pasar viéndonos desnudos de palabra, en las calles...
En secreto saben y no divulgan,
que corremos el riesgo de estar vivos.
llevamos en la piel, como una cicatriz, el pecado de la palabra.
El artificio ingrato del tiempo.
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