08 octubre 2010

Nick Hornby dijo que escuchar Nick Drake es “destapar el frasco de todos los momentos nostálgicos de tu vida”. Yo me le paro de manos a Nick (Hornby) y digo que no, que realmente escuchar Nick Drake es sumergirse en un atardecer dorado, tal vez algo traicionero y tétrico (porque definitivamente algo hay detrás de la música de Nick Drake, en el fondo, en los silencios, en lo que no canta).
La primera vez que leí su nombre fue en una biografía de Luca Prodan. Se comparaba las primeras canciones de Luca (esas canciones despojadas) con Nick Drake, con Peter Hamill, con John Martyn. Por supuesto, en mi nociva costumbre de mezclar informática y música, escribí en Google su nombre. Apareció un tipo alto, desgarbado, con rostro despejado. Algo así como el primo tímido de Jim Morrison.
(Insisto en los silencios. ¿Escucharon alguna vez música en vinilos? ¿Vieron el sonido crepitante de la púa sobre el disco? Bueno, los silencios, los espacios en blanco entre las canciones de Nick Drake son algo muy parecido a eso. Son eso, y un poco de profecía no cumplida.)
Existen dos Nick Drakes: el letrista y el músico. El primero, como casi toda esa generación, fue influido por los románticos ingleses en general y por William Blake en particular. Otra clara influencia son los simbolistas franceses: es frecuente encontrar en Drake metáforas naturales.
El músico era un guitarrista exquisito, que aderezaba sus progresiones armónicas con esa voz cálida que, aunque intente, no se me ocurre con quien compararla. Tal vez, (y aquí, inevitablemente, lo volvemos a nombrar) Jim Morrison, pero sin la parafernalia rockera. Eddie Vedder, por nombrar otro, en su faceta más folk podría ser una comparación. Lo que se me ocurre decir es que también, en la voz de Drake, se asoman los bluseros clásicos: un poquito de Robert Johnson, un poquito de Leadbelly.
A los afortunados que no lo hayan oído nunca (digo afortunados porque escucharlo por primera vez es algo verdaderamente muy intenso) les cuento que el disco que hoy nos ocupa, Pink Moon, fue grabado en dos noches. El tipo, un tímido literalmente incurable, lo grabó solo con su guitarra, lo terminó y lo presentó a su disquera. Se ve que lo terminó un viernes, porque el disco estuvo todo el fin de semana ahí y lo encontraron recién la semana siguiente.
Ese fueron sus últimas palabras: dejó la música y tres años después moría en la casa de sus padres por intoxicación (no se sabe muy bien si voluntaria o involuntaria) de antidepresivos.
Así, en el 74’, mientras el rock progresivo invadía el mundo (King Crimson, Yes, Emerson Lake and Palmer), Drake hacía un disco más parecido a Syd Barret: un disco intimista, con claroscuros, unos arreglos de guitarra del carajo y unas letras enigmáticas y lúcidas.
Un disco que, según el oyente, puede ser una descarga de esperanza o un ataque de claustrofobia. O quien sabe cuantas cosas más.
Ahora bien, fiel y prudente lector que me sigues, podría agotar la cantera de los adjetivos y no me acercaría ni un poco a lo que experimentarás si lo escuchas.
Pero, antes de abandonarte a tu suerte, permitime decirte dos cosas más:

- El nombre del disco, Luna rosa, se debe a que Nick pensaba que, en un futuro no muy lejano, las emanaciones radioactivas teñirían la luna de color rosa.
- Nick Drake tiene dos discos más (si no contamos las infinitas recopilaciones). A diferencia de este, cuenta con una banda (incluso John Cale, de la Velvet, toca un par de instrumentos en uno de ellos). Sin embargo, humildemente creo que esta es su verdadera personalidad. Sin embargo, no escuchen la palabra de quien les habla y sírvanse de escucharlos. No se van a arrepentir.


http://elcaballoregalado.blogspot.com/

2 comentarios:

Nicolás dijo...

Gracias, me diste ganas de escuchar a Drake. ¡Conseguiste tu objetivo!

Lena dijo...

A piratear se ha dicho. Copada crítica/recomendación.