19 noviembre 2010

La felicidad del Gordo Pirulakis

Estaba contento, el Gordo Pirulakis. Exultante, pleno, creo que nunca lo habíamos visto así. Y no me refiero al ojo negro o al hilito de sangre ya seca y ennegrecida afilándose hacia abajo desde la comisura izquierda de la boca. Ni al aliento entrecortado que no necesariamente tenía que deberse al hecho de que había venido corriendo. Y se le notaba desde lejos la felicidad. Aunque ya un poco deformada por la hinchazón, la sonrisa lo precedía varios metros. Por fin el Gordo Pirulakis había logrado adelantarse a sí mismo.

Antes de saber lo que había pasado ya me había alegrado por él.

No era mi amigo el Gordo Pirulakis, pero estaba de un lado del mundo mucho más afín al que pretendían habitar tipos como Jim Pússeton, eternamente escudado en los anteojitos redondos levemente violáceos, el jardinero de jean o el juego de palabras berreta y siempre despreciativo, dirigido a seres como el Gordo, invariablemente autofestejado por una sonrisa de medio lado. Entre otras cosas, Jim Pússeton se había propuesto ser una estrella de rock and roll de infracabotaje barrial antes de estar en condiciones de hacer ningún rock o de conseguir abotonarse solito el puto jardinero. Y ninguna evidencia empírica de su fracaso constante lo inmutaba en lo más mínimo en el cumplimiento escrupuloso de su papel, frecuentemente premiado con satisfacciones del bajo vientre que andaba proponiendo por ahí enseñar a tocar a todas las groupies que no necesitaban esperar a que Pússeton se acercara a algún tipo de rock and roll menos imaginario. Tenía personalidad Jim Pússeton, solo que una personalidad equivocada. Pero a pesar de su burla, ahora el centro era del Gordo Pirulakis, toda la gloria, todo el protagonismo y el derecho a la alegría eran suyos de manera indiscutible por una vez en la vida.

La historia era muy simple. El tipo había llegado a la sala de ensayo en la que trabajaba el Gordo Pirulakis. Y venía tocado, por lo menos. Solamente alcohol dice el Gordo Pirulakis. Pero la sustancia es lo de menos y en la magnitud de la historia la intoxicación pierde toda relevancia. La cuestión es que el tipo le pidió al Gordo Pirulakis, con voz aguardentosa y algo impaciente, que prepare rápido los equipos y el Gordo empezó. Primero se enredó con uno de los cables de uno de los Marshall gigantescos, después se fue demorando en mil accidentes irrelevantes, haciendo todas las pelotudes que todos sabemos que el Gordo Pirulakis no puede dejar de hacer de ninguna manera, no importa la empresa que emprenda. Y no hay entre nosotros nadie que se lo reclame. Es el Gordo Pirulakis y eso es suficiente para explicarlo todo. Pero el tipo no parecía estar acostumbrado al Gordo Pirulakis y empezaba a ponerse nervioso. Eso no lo ayudó al Gordo, que cada vez más tropezaba, tartamudeaba y que parece que incluso hizo caer el soporte del charleston y casi tira a la mierda uno de los Marshall. Así que el tipo ya no pudo contenerse y empezó por decir algo: "¿Sos boludo, pibe?". Y el Gordo Pirulakis tal vez a esta altura ya haya sido levemente feliz o haya intuido algo de lo que vendría a partir de esa interlocución tan lograda. Pero como haya sido, no conseguía retomar el control pleno de sus movimientos y el tipo se exasperaba más, y lo volvía a putear una vez y otra y otra. Y entonces, seguro que el Gordo dejó ver esa sonrisa en su cara, tan exasperante para cualquiera que no esté al tanto de que es el Gordo Pirulakis y de que esa sonrisa casi infrahumana no esconde ningún recoveco oculto, ninguna burla desde el lodo. Pero el tipo no lo sabía, había tomado demasiado y estaba harto de todo, así que en ese momento le embocó al Gordo Pirulakis la primera piña. Parece que duró un rato. Cuando se cansó de pegarle se sentó en una silla y se puso a esperar. El Gordo se levantó de a poco y fue preparando, ahora sí con toda eficacia, cada uno de los equipos necesarios. Cuando quedó todo listo y el tipo y los que llegaron después quedaron satisfechos y todo empezó, el Gordo aprovechó para salir y correr las siete cuadras hasta lo de la Gallega, para encontrarnos en el único lugar del universo en el que era obvio que se nos podía encontrar a toda hora. Y contó cada detalle de lo que había pasado. Y la burla de Pússeton fue ineficaz frente a la pátina de satisfacción que, junto con la sangre seca, un poco en la aguja que nacía de la boca y otro poco en círculos esparcidos en el frente de la remera, hacía invulnerable al Gordo.

–¿Entendés boludo? Fue Pappo. Me cagó a trompadas Pappo. ¿Entendés? –decía el Gordo Pirulakis con su sonrisa deformada por la hinchazón, y el conjuro de esas palabras tan poca cosa lo hacía absolutamente indestructible en ese fin de día de verano. El Gordo Pirulakis disfrutaba de la más absoluta felicidad que era capaz de componer o interpretar. Y estaba

3 comentarios:

Kosma dijo...

Che, buenísimo este cuento. Buenísima disposición de la información, qué bien contada.

De verdad me resultó interesantísimo el relato.

El narrador tiene un registro muy divertido, llama la atención. Crea la imagen de un tipo pseudo intelectual (o una parodia al intelectualismo) con una cosa que atrapa. Por el medio del relato, ese registro tan raro y firme al principio, parece que se desvanece, que se pierde o se confunde, pero sobre el final (no el último párrafo) vuelve en su esplendor.

La forma en que se desenvuelve la historia termina resultándome demasiado explícita, pero eso puede ser cosa exclusivamente mía.

Además algunas frases fatales ("Por fin el Gordo Pirulakis había logrado adelantarse a sí mismo."; "Jim Pússeton se había propuesto ser una estrella de rock and roll de infracabotaje barrial antes de estar en condiciones de hacer ningún rock"). En realidad todo el primer párrafo tiene una poética (bien llana, cruda, ligéramente descriptiva, descripciones terriblemente precisas y concisas) de la puta madre.

No sé si leíste algo de Fabián Casas. Pero este cuento me llevó a los suyos.

Espero la crítica resulte productiva.

Un abrazo!

Haffner dijo...

Siempre es productivo que se lea y se haga crítica. Gracias.


Un abrazo.

Tu Sol sigo a Roetana. dijo...

Qué masa vieja.