08 abril 2011

La inteligencia impuntual

Por Nicolás Gulliver y la sinapsis descuajeringada.

Muchas veces hemos oído la acusatoria expresión
“has llegado tarde a la repartición de cerebros”
y muchos hemos sido señalados ¿o por qué no? señalizados,
con injurias y patrañas por la carroña de baja calaña
¿Pero es la puntualidad la más superior de las virtudes?

Yo mismo recuerdo – prodigiosa memoria – el día de entrega de mi propio cerebro
supuestamente “a estrenar”, aunque cualquier descerebrado
se habría dado cuenta de que estaba usado, fallado y rompido.
Cuando reclamé por la garantía me mandaron de garante a una garita en un garaje,
y nunca volví a ver la luz de la noche.

Luego fui a la escuela sin tapujos,
y tuve que esperar quince años para, con ayuda de un chamán y su secretaria,
recordar la jornada prenatal del seso a adjudicar en nueve cuotas menstruales.
Afortunadamente lo recordé, y en un arrebato de recordura,
relaté el relato que me propuse relatar.

Era una mañana calurosa en el país de los descerebrados.
Yo estaba comiendo pan con pan, mientras veía como se arremolinaba
una multitud en torno de la avenida principal, por donde circulan los carros del ejército.
Recordé entonces, que hoy era el día más esperado por todos los que lo habían estado esperando por no recuerdo cuanto tiempo. Finalmente, habían llegado los.
¡Enormes camiones repartidores de cerebros! Desfilaban por las calles jubilosas de cráneos expuestos y mentes abiertas, y los empleados públicos extraían la mercadería de enormes volquetes repletos de materia gris y la repartían cual pan de circo ante las miles de seseras sedientas de seso.

Mmm... no me vendría mal uno – babeé abriéndome paso entre el gentío
pero la multitud era grande, algunos hacían cola desde hace días.
Incluso había familias en carpas, vendedores de gaseosa y helado.
Yo me compré uno de mora y me entretuve en la demora, hasta que me hube enamorado
de la mora y seguí por el lado que me llevó al lado de un camión demorado.
La multitud se había disipado, la entrega se había entregado
y los descerebrados habían sido cerebrados.

– Disculpe buen hombre, ¿qué le queda en materia de contenido craneal?
– Lamento decepcionarlo señor – respondió el burócrata estatal – los cerebros serios
se han agotado. Ya no quedan mas de banquero o abogado, los empresarios y militares están terminados, mire usted, incluso se acabaron los de jugador de rugby,
pese a su pequeño tamaño.

– Pero debe tener alguno que valga la pena. Después de todo este es un servicio público.
– Evangelistas, señor, conductor televisivo, inmigrante ilegal, profesor de educación física
y repartidor de cerebros. Mmm... no le recomiendo este último – susurró mientras echaba un largo trago a su botella con varias pintas de tinto con pinta de tinta.

En ese momento descubrí que ese hombre era la viva imagen de la burocracia,
y pese a no saber lo que es la burocracia, me sentí conmovido
y le tendí un pañuelo mientras decía:
– Quédese con el vuelto, como ve, yo no he vuelto.
– ¿Pero cómo podría haber vuelto si nunca hubo ido?
– Tiene razón devuelta, quédese ahora con el ido, como ve, yo ya me he ido.
No estoy tan ansioso ni perdido como para poblar mi mollera con bagatelas,
hasta la próxima temporada. ¡Adiós!

Espere, hombre, espere – dijo el repartidor mientras se quedaba con el vuelto.
Voy a consultar al depósito – agregó yendo a consultar al depósito.
Y al rato escuché que decía con gesto congestionado:
– Quedan varios de vagabundo místico con destellos maníacos y visiones incoherentes.
– Hombre, lo hubiera dicho antes ¡Es justo lo que estaba buscando!

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