10 abril 2011

Casi en domingo

Primer round:
“No estoy de acuerdo con lo que usted piensa, pero daría mi vida porque pueda expresarlo”, enarboló Voltaire esta toma de postura frente la concentración mediática de sus tiempos, arduos en oposición al poder monárquico de turno.  Los siglos le dieron la razón -por lo menos a medias- con el avance de las democracias modernas y el libre ejercicio de la opinión pública a través de los canales informativos de cada época.                                                         
Aun así, cabalgando al lomo de los avances técnicos, las innovaciones sistémicas y las tendencias caprichosas de la Historia, el quid de la cuestión filosófica política en referencia a las libertades de expresión (como la “verdad”, parece difícil pensarla única y accesible en esa singularidad) permanece con la inestable latencia de una molotov intelectual de mecha corta y potente contenido. Sobre todo cuando todos parecen dispuestos a lanzar la primera piedra en pos de un discurso abierto, amplio y despojado de otro condimento que no sea el amor incondicional al decir -con énfasis- propio y ajeno.  
Los protagonistas vernáculos de las últimas décadas no se han constituido en la excepción sino en la regla que tolera excepciones para mantener la hoguera encendida y crispante; ¿o acaso esa frase teñida de una nefasta picaresca que el ex primer ministro británico John Major acuñó (“Un mundo sin periodistas”) no tuvo su eco local en los no menos trágicos `90?
Hace algunos años trabé amistad con una persona que, al poco de conocer, me arrojó una frase que no por simple deja de ser profunda: “La gente no cambia, muestra la hilacha”. Eso es lo que precisamente, y para bien común, se detecta en las últimas semanas de estos anocheceres de jornadas políticas -y por ende sociales, dado que parecería indisoluble lo uno con lo otro- que recalientan el intercambio de ideas autóctonos.
La duda sigue latente, primordial, austera pero central: ¿entre tantas libertades abarcadas por la de expresión (la cual, por ende, habilita el disenso) el mal menor no justifica, con la praxis de lo concreto, el señalamiento de una falacia corporativista que fagocita cualquier otro movimiento de protesta formal? Avalar un derecho general masivo en desmedro de un reclamo minoritario sectorial no es un ejemplo de manual, donde la corrección política equivale al 10 ético de lo intangible.     
Round II:
Desinflada. No, cortada. Desgajada parcialmente. Yacía en medio de la calle, sobre el asfalto tibio de la primera tarde del comienzo del otoño porteño. Hacía añares que no me topaba con esa postal de momento que, incluso, no presencié.
Sola. Abandonada a su gracia y suerte, a un destino clarísimo y directo.
Será porque los potreros de años ha ya no pertenecen a la postal clásica de una ciudad que fue.
Ultimo round:
Una melodía que equilibra lo distante con lo cercano, ese sumergirse tentador en aquello que no se sabe del todo certero. La apuesta que siempre es final, a doble o nada. “Tócala de nuevo, Sam…”. Again.

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