24 abril 2011

Memento mori

Yo era de esas hijas de puta que mandaban a las revistas lo “mejorcito”. Esos poemas ridículos, pseudo transferencias psicológicas alias pienso que la gente cree que le estoy escribiendo a mi actual mejor conocido como mi ex, que en realidad el de ahora socorro o sucumbo no es realmente tan real sino que lo inventé sólo para decir que volvía a mi casa y me acostaba con alguien que escuchaba todos mis problemas ridículos y monótonos y de vez en cuando me hacía una paja.

Es irónico decir ser creerse crítico literario sólo porque no podés escribir. Me regalaron éste libro que es una mierda. Me leí toda esta antología y valen la pena tres retrasados mentales. Yo creía en el under lo suficiente como para pensar que ellos me odiaban a mí y que los superaba utilizándolos. Me dijo un amigo hace un tiempo que el under es under the fucking mental standard. Me reí.

Me rio ahora pensando en que en algún momento inevitable lograré conseguir un micrófono para montar una increíble farsa en la cual mis amigos y yo, mis enemigos y yo, leeremos en público pensándonos muy locos porque nos auto-consideramos la otra cara de la torta, porque no miramos gran hermano, no idolatramos a tinelli y decimos que todo ha muerto. Y que todo lo muerto ha sido cogido necrofílicamente. Dios ha muerto. El punk ha muerto. El rock and roll ha muerto. El arte ha muerto.

Nos gusta hablar de la muerte y decir “te ví escapándote de mí, yo te amaba, he muerto”. Muerte, muerte, muerte. El otro comodín de la poesía moderna increíblemente más aceptable que la palabra pija por el simple hecho de saber que hace sesenta años, sino cien, sino el nenito mal en la casa bien de la adinerada familia en el siglo quince hablaba de la muerte, pero nos volvemos tan insolubles interesantes irracionales al decir que me clavás una daga en el pecho cuando decidís cortarme el teléfono y entonces morimos, de angustia, de rabia, de ira, de muerte.

Tenemos los dedos manchados de muerte. Nunca vimos a un muerto.

Entonces pienso que alguna vez tuve ganas de ser autodidacta autogestionada feria del libro independiente y a. Pero cuando volví a mi casa después de que me machacaron el trabajo lo suficiente toda la estirpe de mis superiores, y toda la cohorte de clientes hijos de puta, para después ir a la facultad y sentir que el mundo me ha destrozado pero que más bien he muerto por vender todos mis ideales promesas sentimientos enfermos revolucionarios, me doy cuenta que no sólo no puedo escribir, sino que más bien ya no podré hacerlo.

Pero me digo una puta vez más, lo estoy haciendo. No escribo una poesía hace meses. No escribo un cuento hace meses. Y sin embargo yo era de esas que mandaban a las revistas lo mejorcito.

Me decía, no sé quién, tirá cosas en concursos. Yo le contestaba no sé qué, en algún otro momento. Pero más allá de creerse superado, tener una página en internet, masturbarme creyendo que lo que escribí aquella vez fue lo mejor hasta que un día en el hastío total de todas las situaciones que me preceden, no sólo lo quemé, sino lo defenestré, no sólo he muerto, sino que también he resucitado lo suficiente como para decirme que hasta acá (ahí) llegué. No sé quién nos dijo que podíamos o debíamos escribir, pero en definitiva también nos mandó a leer mierda para después procesar mierda, y qué es la mierda sino la reproducción de todas las otras mierdas, bien muertas.

Y yo no leí a nadie. Soy una completa chanta ridícula hipócrita próxima a recibirme de oligofrénica socióloga que nunca terminó de leer la ética protestante. Cuando vienen a decirme que lo que hago se parece a Miller, entre que me sale putear, me sale decir, no sé quién carajo es. No sé quién carajo es nadie. No sé quién carajo son todos esos que dicen que se mueren.

No tengo tiempo para leer y cuando tengo tiempo prefiero hacer otra cosa. Le decían a mis amigos, mis viejos a mí no me decían nada, que respetara a mis mayores. Entonces esa cuestión de mea culpa cristiana, sé que Deleuze existe, pero la verdad es que me chupa un huevo. Que qué carajo de profesional voy a ser. Que de qué carajo voy a hablar con todos esos muertos que no sé por qué pensaron que era mejor leer a más muertos antes de producir muerte por escrito.

Pero si sé por qué. Habremos de respetar a los mayores. Habremos de vivir sus vidas. Habremos de defenestrarlos destrozarnos saltar sobre sus tumbas asquerosas y repugantes, nosotros, porque la actualidad nos queda demasiado chica como para vivir en el pasado. Nada de buscar nuevas aventuras, hay que servirse el té como en los años cincuenta, y en lo posible tipear en máquina de escribir, y si podemos escuchar jazz en disco de vinilo sufrimos de un orgasmo onírico que nos dura, por lo menos tres semanas, y decimos, sabés que ayer me prendí un cigarro armado negro tomando té escuchando Benny Goodman, y mi mujer musa inspiradora danzaba en la oscuridad mientras yo escribía éste poema oscuro y sombrío que habla de la muerte.

Y he muerto, he muerto en el camino, en el sendero de venir a decirte todas éstas estupideces, para que te mueras vos también. Y me he cansado de ser tan políticamente correcto a la hora de utilizar las comas, los signos de puntuación, intentar no insultar, las palabras, la continuidad de los parques.

Malas palabras, son cuentos de otros, y están muertos. Pero trascender y morir nosotros, que asumimos ya que la única manera de ser recordados y condecorados en vida es mediante esa muerte efímera opiácea con la que decimos, yo me alejo de esos vivos que en realidad están muertos porque, justamente, morí como todo lo importante de la vida y de la historia, es tanto más importante que mantenerse a flote.

Y yo digo haber escrito una novela en la que alguien se pasaba los últimos dos años de su vida construyendo una máquina que terminaba con ella.

Y no quiero saber más de entierros, de dagas, de clavos, de agonías letales físicas inexistentes, torturas, sténciles, me compré el último ejemplar de, grabo un demo la semana que viene. Porque escribimos, pero no tenemos una banda de rock. Ni somos estrellas de cine. Ni nos subimos a un escenario para que nos maten. Subimos para que nos aplaudan o para que nos peguen un cachetazo. Para autoconvencernos de que es posible hacer toda ésta mierda, como la hicieron los otros muertos, y que además no somos parte del sistema, y de vez en cuando, nuestra doctrina social cambia el mundo.

El mundo está muerto.

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