22 mayo 2011

Casi en domingo V




A pesar de que el día transcurrido no pronosticaba una noche leve, ajena a malhumorados fantasmas post festejos navideños (es que diciembre tiene el terrible encanto de exacerbar las contradicciones típicas entre consumo, religión y excesos), la voluntad nietzcheana que invade los corazones débiles puso la cuota necesaria para que el alma de éste simple mortal cambiara rumbos y enfilara, sin prisa, pero sin pausa, hacia un reducto que últimamente había postergado. Mágica creación de esos hermanos galos, estaba cuasi obligado a rendirles tributo tras prolongada ausencia aunque hace menos de diez días haya estado en ese melancólico Lorca, frente al bar La Giralda, sufriendo, no por calidad sino por temática, con una producción rumana: por tal motivo opté por mi retorno triunfal de la mano de un compinche imaginario: Daniel Auteuil, actor de -y con- carácter, bello en su imperfección, elegante en sus formas, enérgico en sus interpretaciones. Ampuloso prólogo para una película amena, risueña, dramática sin pesadez pero con la moraleja típica de una historia clásica. "No existe tal cosa como el amor, tan solo pruebas de amor", le resume esa atractiva y lineal socia de gustos lésbicos (el detalle no es un prejuicio, sino un deseo) al pobre Daniel, que lejos de serlo en lo material, debido a ser un experimentado merchante de arte, si lo es en cuanto amistades se refiere.
El resto es anécdota, o la oportunidad de pasar una hora y media en la butaca, en penumbras, disfrutando de un digno entretenimiento francés que hasta nos puede dejar pensando, mientras bajamos la escalera del Cineduplex, sobre la avenida Rivadavia en una tibia noche de summer.
La trampa -por lo menos la mía- sería omitir (tentado estoy, pero nobleza obliga, y Jekyll le solicita a Hyde que lo diga) que dicha fémina, tras breve pausa, retruca al autor de la frase poco antes mencionada: "No creo que sea cierto. No existen las pruebas, pero si el amor verdadero". Embriagadora canción francesa, obvio, y con los títulos a cuestas bajo esos escalones que permiten pensar, o por lo menos elucubrar fugazmente sobre amor, amistad y un sinfín de ítems relacionados... Sumadas ciertas ganas retroactivas de devorar, eso sí, con cortesía, una buena porción de fugazzeta con faina, entre vahos de un variopinto moscatel de Pirilo.
Habrá que esperar hasta que vuelvan de vacaciones en febrero, mon amis.

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