28 mayo 2011

Transitividad

A ver si queda claro. Yo abandono, vos abandonarías, ella abandonaba, nosotros hubimos abandonado, ustedes hayan abandonado, ellas han abandonado (a alguien). Sí, transitividad pura. Sí, un argumento afectado. Sí, un agente. Pero ¿qué hacemos con la voz media? Es que uno puede abandonarse a sí mismo, y ahí está toda la diferencia. ¿Entendiste? Entender no quiere decir que te roce. Eso lo sabemos todos. Todos lo vemos, ¿eh? Está ahí, adelante, no necesitás ni siquiera subirte al taburete y limpiar la escarcha que opaca el vidrio para mirar por la ventanita. El contacto recatado de los indicativos es epistémico, no interpersonal. Entonces es posible andar entendiendo por el mundo sin riesgo, sin consecuencias. Suspiremos aliviados, por fin nos aseguramos de estar a salvo de cualquier ridículo. No es lo mismo llevar puesto un sinsentido que denunciarlo, ese es otro de los secretos. Pero no era el tema. El tema es el abandono.

Lo que tenés que saber es que cuando hay transitividad el abandono es un acto. Y que vengan los buitres o lo abogados. Hay víctima, claro. Pero cuando hablamos de un estado, es porque ese abandono es de los que se hacen ciertos en uno mismo, por uno mismo, para uno mismo. Se camina con abandono, se tocan timbres con abandono, se deja pasar el día en un banco de plaza con abandono, se hacen comentarios fáciles que a nadie le interesan con abandono cuando uno mismo es el que se dejó atrás y eso ya no importa. Ahora escuchá bien, prestá atención porque viene lo importante, eso que no entendías o que hacías como que no entendías: dejarse atrás es alcanzarse. Sí, escuchaste bien. Una vez que lograste dejarte atrás, cuando te perdiste para siempre de la vista, cuando quedaste a salvo de toda transitividad, simplemente estás ahí. En la pura contemporaneidad con tu persona. Porque el que se abandonó se lleva puesto todo el tiempo y sin filtros. Está ahí al mismo tiempo que, simplemente, está. Eso es todo. Ahí se agota la cuestión y persiste el abandono. Pura estupidez de cosa. Una masa sin conciencia que la objetive. Un montón de músculos, sangre, tripas, grasa, pelos y otras delicias, a sol o a sombra. Haya o no tormenta pronosticada. ¿Está claro? El que porta consigo el abandono no es el abandonado. No es víctima de un acto ajeno. Es aceptación plena de una identidad desconocida, es un argumento sin predicado, agota su significado en su mero estar ahí. La "estúpida santidad de las cosas", como decía Miguelito, ¿viste?

Y aquel que ha dejado de ser objeto de la agentividad sañosa, dañina, sádica en su promesa de esperanza, puede tocar el timbre tranquilo. El sol le pica un poco en la espalda y eso es todo. No espera, no añora, no proyecta ni se asusta."¿Hola? Sí, venia por el aviso, pero hace tiempo que no sé".


A mí me parecía clarísimo.

No hay comentarios.: