10 julio 2009

Se posó frente a la alacena buscando con la mirada la caja de té, para advertir luego que dicha búsqueda era inútil. Pensó “qué desdicha, nunca tengo lo que quiero”. En primera instancia rió para sus adentros diciéndose “qué exagerado”, pero luego conjeturó que no sería nada difícil llevar esa expresión a órdenes un tanto más globales. Magnos. Sintió entonces un nudo en la garganta. “¿Y si esa frase pudiera yo emplearla en todos los órdenes y acciones de mi vida?”. Pensar en eso le dio escalofríos, pues consideraba que su vida era placentera y que no debía ponerla a prueba por tan solo una frase tonta y carente de sentido que cruzó por su cabeza un martes por la mañana al no encontrar un saco de té en la alacena.





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